El Orden Económico Natural: ¿Cómo se obtiene el precio del papel moneda?

La teoría según la cual la relación de cambio de las mercancías se determina por el trabajo que originó su producción, por el titulado valor, no puede evidentemente aplicarse al papelmoneda.

Este obtiene por cierto un precio, pero no posee ningún “valor”, ya que no costó ningún trabajo. El papel-moneda no tiene “valor material” alguno, ni valor “intrínseco”, ni “extrínseco”, no puede servir de “depósito de valor” ni de “guardavalor”, ni de “medio de transporte”, nunca “declina” ni “sube” en su valorización. El precio del papel-moneda no puede oscilar en torno de su “valor como centro de equilibrio”. (Terminología de la teoría del valor.

(1) Ha de seguir, pues, su propia trayectoria: está sujeto en absoluto a las fuerzas que determinan el precio; y obedece a un solo amo.

Los factores que determinan los precios pueden ser englobados en la expresión: La oferta y la demanda. Si deseamos entonces responder ampliamente al interrogante planteado debemos aclarar el alcance de estas dos palabras.

Preguntando hoy: Qué es demanda de dinero, quién la origina, dónde existe, se obtienen las respuestas más contradictorias. Por lo general, se dirá: demanda de dinero existe en los bancos, donde empresarios y comerciantes venden letras. Al aumentar la demanda de dinero, sube el tipo de interés; y por éste puede entonces medirse la magnitud de tal demanda. El Estado que cierra su ejercicio con déficit y recurre a empréstitos, también mantiene demanda de dinero; asimismo los mendigos hacen demanda de dinero.

Pero todo esto no constituye una demanda concordante con el concepto de medio de cambio.

Y el dinero es ante todo un medio de cambio, y como tal debemos considerarlo y tratarlo. Si en la pregunta formulada substituímos el vocablo “dinero” por el de “medio de cambio”, surge de inmediato lo absurdo de las respuestas antedichas.

El comerciante que solicita dinero del Banco no efectúa ningún canje; no da más que su promesa de devolverlo. Sólo pide prestado, pero no cambia y devuelve dinero por dinero. No hay comercio, ni cambio; no se trata aquí de precios. Se habla del interés. Tampoco el Estado crea demanda de medios de cambio al lanzar un empréstito, puesto que no ofrece nada en cambio. No hace más que canjear dinero actual por dinero futuro.

Por lo tanto, no se trata aquí de una “demanda” de medios de cambio, sino de una demanda que no coincide con los fines del dinero. Para originar la demanda de dinero (medios de cambio) ha de ofrecerse en cambio algo diferente al dinero, como surge de la expresión misma.

¿Dónde existe, pues, la demanda de dinero? Ahí donde haya menester de medio de cambio, donde la división del trabajo lanza al mercado mercancías que, para su canje recíproco, requieren el medio de cambio adecuado, el dinero.

¿Quién mantiene entonces la demanda de dinero? Quién, sino el campesino que lleva sus productos al mercado; el comerciante que ofrece sus mercaderías detrás del mostrador; el obrero que se ofrece para un trabajo, pidiendo dinero por el producto elaborado? Donde es grande la oferta de mercancías allí hay gran demanda de medios de cambio; donde aumenta la oferta crece la demanda de medios de cambio. Eliminadas las mercancías, desaparece también 62 la demanda de dinero. En la economía primitiva y en el trueque, la demanda por dinero no tiene razón de ser.

Es, pues, evidente que nosotros hacemos una distinción neta entre el comerciante que desde el mostrador ofrece cretona al campesino y el mismo comerciante que se presenta después al Banco, ofreciendo un pagaré para su descuento. Con la cretona en la mano originó una “demanda” de medios de cambio, de dinero; con el pagaré, el comerciante no hace tal demanda a su Banco, puesto que el pagaré no es mercancía. Aquí se trata del tipo de interés. Aquí hay una simple necesidad de dinero; ninguna demanda.

La demanda de dinero no tiene ninguna afinidad con esa necesidad por dinero. El mendigo, el Estado, el campesino agobiado por las deudas, lo mismo que el comerciante o el empresario, necesitan dinero cuando desean descontar un pagaré. La demanda de dinero, en cambio, la origina tan sólo aquel que ofrece mercancías. La necesidad de dinero se presta a muchas interpretaciones, en cambio, la demanda de dinero no tiene mas que una. La necesidad de dinero proviene de una persona; la demanda de una cosa, de la mercancía. El mendigo pide una limosna, el comerciante quiere ampliar sus negocios, el especulador procura quitar a sus competidores el dinero de los Bancos para poder dominar sólo como comprador en el mercado, y el campesino cae en las garras tendidas por el usurero. Todos ellos tienen apremiante necesidad de dinero, pero no pueden dar origen a una demanda de dinero, porque ésta no proviene de las inquietudes humanas sino de la provisión y la oferta de mercancías. En este sentido es, pues, también inexacta la afirmación de que la necesidad y la oferta determinan los precios. Entre la necesidad de dinero determinada por el tipo de interés y la demanda de dinero determinada por los precios existe la más grande discrepancia de carácter. Ambas cosas no tienen nada de común.

Quien ante las palabras “demanda de dinero” no piensa de inmediato en mercancías, el que no interpreta directamente la “gran demanda de dinero” como una montaña de productos, como un mercado, un tren de carga, un buque excesivamente cargado, o quizás, también, como superproducción, con la consiguiente cesantía en masa de obreros; ese tampoco alcanza el sentido de la expresión “demanda de medios de cambio, de dinero” , ni ha comprendido aún, que la división del trabajo produce mercancías, que a los efectos de su canje, el dinero es tan indispensable como el tren de carga para el carbón.

Y si alguien oye hablar de la creciente demanda de dinero, por el hecho de subir el tipo de interés, sabe que quien así se expresa, no puede traducir sus conceptos con precisión. Pero si alguien tropieza con un perito en cuestiones económicas que confunde la necesidad de moneda con la demanda de dinero, tiene entonces el deber de advertirle el peligro de tautología en materia científica.

De ahí que separemos por completo la demanda de dinero de todas las otras necesidades humanas, empresas, negocios, condiciones del mercado, etc., levantemos el velo del “valor” que la cubrió hasta ahora y la ubiquemos triunfante en la cúspide de la montaña de mercancías que la división del trabajo pone sin interrupción en el mercado, visible, palpable y mensurable para todos.

Distinguimos esa demanda de dinero de la necesidad de dinero. Formamos una nueva montaña, pero no de mercancías, sino de letras, cédulas hipotecarias, bonos, reconocimientos de deuda, títulos del Estado, pólizas de seguro, etc., y plantamos encima un cartel que dice “Necesidad 63 de moneda”. En la primer montaña escribimos “precios”; en la segunda “interés”; y quien siguiendo el curso de esta investigación siga pensando en “necesidad de dinero” cuando hablo de “demanda de dinero” ya puede cerrar este libro tan sano. No ha sido escrito para él.

La demanda y la oferta determinan el precio, es decir, establecen la relación en que se cambia la moneda y la mercancía. Ahora sabemos ya lo que es demanda de dinero. Ella es la substancia que, sin interrupción, surge de la división del trabajo.

¿Y la oferta de dinero? También a este concento vamos a dar forma y contenido, librándolo de la nebulosa que lo envuelve.

El campesino que recoge papas, el sastre que cose trajes, se ven obligados a ofrecer los productos de su trabajo a cambio de moneda, pero ¿qué hacen ellos con este dinero? ¿Qué hicieron los 100.000 labradores y artesanos con el tálero, que desde hacía 100 años circulaba de mano en mano? Todos ellos ofrecieron el tálero a cambio de mercancía, que, una vez en su poder, se usaba o se consumía, desapareciendo así del mercado. El tálero, en cambio, permanecía en el mercado, retornaba siempre uno, diez, cien años después, y con otro cuño quizás a los 1000, 2000, 3000 años. Sirvió a todos cuantos lo tuvieron en sus manos, tan sólo, de mercancía; ninguno entre los 100.000 hombres pudo utilizarlo en otra forma. La inutilidad del tálero obligaba a todos a enajenarlo, es decir, a ofrecerlo en cambio de mercancías.

El que poseía mucho dinero también tenía que ofrecer mucho; quien disponía de poco, hasta ese poco debía ofrecer. Y a esta oferta de dinero se denominaba, entonces, y sigue denominándose aún hoy, y con exactitud, “la demanda de mercancías”. Donde las mercancías abundan existe una grande demanda de dinero. Igualmente podría decirse: donde abunda el dinero, la demanda de mercancías ha de ser mayor que donde el dinero escasea.

(Oportunamente trataré las excepciones del caso).

¿Existe acaso otra demanda de mercaderías que aquella representada por la oferta de la moneda? Aquí lo mismo que en el caso de la demanda de dinero, hemos de distinguir entre la necesidad y la demanda de mercancías. Necesidad de mercancías la tienen muchos “menesterosos”; demanda por mercancías ocasiona tan sólo quien ofrece por ellas dinero. La necesidad de mercancía se expresa mendigando, solicitando; la demanda de mercancías tirando sobre el mostrador la moneda. Ante la necesidad de sus mercancías, los comerciantes tratan de escurrirse si falta el dinero para pagarlas; la demanda por sus mercancias, en cambio, los seduce y atrae. En resumen, la demanda de mercancías consiste en la oferta de dinero, quien carece de él no origina demanda alguna y quien lo posee tiene que provocar con él una demanda de mercancías. (Más adelante veremos, cuándo tendrá que hacerlo).

La demanda de mercancías, llamada simplemente demanda, está pues siempre y exclusivamente representada por el dinero. Una gran pila de dinero se traduce en una intensa demanda de mercancías. No siempre, por cierto; como lo comprueba el tesoro de guerra alemán de 180 millones del cual no se gastó en los 40 años ni un sólo marco para la compra de mercancías.

(De estas excepciones nos ocuparemos más adelante). El descubrimiento de una nueva mina de oro significa una creciente demanda de mercancías, y cuando el Estado, en los países de papel inconvertible, lanza nuevas emisiones, es de conocimiento general que se elevarán los precios y crecerá la demanda. Si se otorgara a cada cual el derecho de partir por la mitad los billetes 64 fiduciarios y las monedas de oro, dando a cada mitad el valor del entero, se duplicarían de inmediato la demanda y también los precios.

Hasta aquí no cabe duda alguna, ¿Pero se justificaría acaso el dejar librada a sí misma la oferta de dinero, como se ha hecho con la oferta de mercancías, y decir: lo que determina la existencia monetaria determina también la demanda de mercancías? En otras palabras; ¿Es posible identificar la oferta de dinero con las existencias monetarias, de modo tal que podamos desligar por completo del ánimo del tenedor de dinero esta oferta o sea la demanda de mercancías? ¿No está supeditada la oferta de dinero, por lo menos en parte, a los caprichos del mercado, a la codicia de empresarios; en una palabra, es la oferta de dinero de pura substancia monetaria, sin mediación de ningun otro factor? La importancia de esta pregunta para la solución de nuestro problema es de toda evidencia.

Decimos: la división del trabajo proporciona una corriente no interrumpida de mercancías: la “oferta”. Las existencias monetarias generan la oferta de dinero, o sea la “demanda”. Si esta oferta de dinero fuera tan ininterrumpida como forman una magnitud fija las existencias monetarias, el precio o sea la relación de cambio entre el dinero y las mercancías no dependerían de ninguna acción humana. La moneda sería el símbolo corporal, bien delineado de la demanda, como la mercancía es la representación materializada, mensurable, calculable de la oferta. Conociendo, entonces, en qué relación se encuentran las existencias de moneda y de mercancías respectivamente, sería esto suficiente para saber si los precios van a subir o bajar.

Así ocurre con la libremoneda explicada en la segunda parte de la presente obra. Allí podemos decir: La libremoneda materializa la demanda, elimina de la misma todas las aspiraciones de los poseedores de moneda en cuanto a tiempo y magnitud de la demanda. La libremoneda dicta a su poseedor las órdenes de compra y las impone como una necesidad indiscutible. Por eso en el régimen de libremoneda también se puede medir directamente el volumen de la demanda por medio de la cantidad de libremoneda mantenida en circulación por el Estado, como se mide la oferta de papas o de diarios por el resultado de la cosecha o el tiraje de una edición, respectivamente.

Pero no es este el caso de la moneda actual, según veremos, y por ello tampoco podemos todavía responder a la pregunta planteada. Hemos de realizar nuevas investigaciones para poder decir cómo se determina el precio del papel-moneda común.

(1) Aquí sería oportuna la pregunta: ¿Por qué ha de oscilar el precio en torno al “valor”? ¿Por qué las fuerzas que son suficientemente poderosas para desligar el precio del valor no habrían de ser bastante eficientes para originar una separación permanente del precio y valor?

[goodbye]apocalipsis[/goodbye]

 

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