El Orden Económico Natural: Influencia de las condiciones de vida sobre el salario y la renta

Por supuesto que los fletes ferroviarios y marítimos no son los únicos factores que gravitan sobre el rendimiento del trabajo del labrador de libre tierra y sobre el salario del agricultor alemán, dependiente de éste. Debemos adelantar por de pronto, que el hombre no vive pura y exclusivamente para y del rendimiento de su trabajo, que éste no es el único factor decisivo en la cuestión de la emigración. Las condiciones políticas y sociales del país que el emigrante abandona y las de la nación a la que se dirige, influyen muchas veces poderosa y decisivamente. Más de un hombre se conforma con un rendimiento inferior de su terruño y ve la compensación en los laureles que ha obtenido como expositor en un concurso de conejos, o en el canto de la calandria, que a su entender en ninguna parte es tan melodioso como en su patria. Pero precisamente estas (y muchas otras) fuerzas atractivas o repulsivas, sujetas a constantes cambios, aceleran o estancan la corriente emigratoria. De Rusia, por ejemplo, emigran muchos labriegos alemanes, no en la esperanza de obtener un mayor rendimiento del trabajo, sino porque el ambiente ahí ya no les satisface más, completamente. Todo esto obstaculiza la equiparación puramente material del rendimiento del trabajo de un emigrante y el del campesino que se queda. Supongamos que quisiéramos hacer más agradable la vida de los trabajadores de Alemania, para lo cual podríamos obtener los medios necesarios, por ejemplo de la prohibición de las bebidas alcohólicas. Aparte de que el prohibicionismo en sí ya constituye un embellecimiento de la vida del trabajador y especialmente de la de sus mujeres, los muchos miles de millones que esas bebidas cuestan al pueblo, directa o indirectamente, podrían emplearse como fondo para una eficaz ayuda a la maternidad en forma de una contribución mensual del Estado a los gastos de crianza de cada hijo; o también para mejorar las escuelas, aumentar las bibliotecas públicas, subvencionar teatros, construir iglesias, confiterías nacionales gratuitas, fiestas populares, salas de reuniones, etc. En tal cazo, al considerarse la posibilidad de la emigración, ya no se tendría en cuenta únicamente el rendimiento material del trabajo, sino que muchas mujeres inducirían a sus esposos a quedarse, y otros ya emigrados, regresarían. Empero las consecuencias que esta actitud tendría sobre los salarios y sobre la renta territorial, son claras. El propietario aumentaría sus exigencías, hasta equilibrar los motivos que, nacidos del prohibicionismo, retienen al emigrante en su patria. Las tortas que, en las confiterías nacionales gratuitas, el estado ofreciera a las esposas, serían descontadas de los salarios de los maridos por la renta territorial.

La renta territorial exige pues para sí todas las ventajas de la vida espiritual y social, que Alemania ofrece al trabajo. Ella es el ente que transforma en capital toda poesía, todo arte, religión y ciencia.

Todo lo transforma en moneda contante, sea la catedral de Colonia, el plácido arroyuelo del Eifel, o el canto de las aves en el follaje de los árboles. De Thomas de Kempis, de las reliquias de Kevelaer, de Goethe y de Schiller, de la incorruptibilidad de nuestros empleados, de nuestros castillos en el aire, en fin, de todo y de todos la renta territorial cobra su tributo, que regularmente eleva hasta un punto tal, que el trabajador comienza a preguntarse: ¿me quedo y pago – o emigro y lo abandono todo? A nadie se lo regala nada. El pueblo trabajador se encuentra siempre en el punto de la paridad oro. (En el comercio exterior se da este calificativo al momento del balance de pagos, en que no se sabe si se ha de pagar en letras de cambio o con oro contante. Los gastos de la exportación de oro son las “rentas territoriales” del corredor de bolsa.) Cuanto mayor es la satisfacción que el ciudadano siente por su nación y su pueblo, tanto mayor es el precio que la renta territorial exige por esa satisfacción. Las lágrimas vertidas durante la despedida del emigrante son perlas de oro para la renta territorial. Y es así como solemos ver a menudo a los terratenientes de las ciudades ocupados en mejorar los atractivos de la vida por medio de sociedades de fomento cultural y de espectáculos de toda índole, con el doble objeto de hacer en primer término más penosa la partida y en segundo lugar, para estimular el aumento de la población. De este modo podrán cobrar por sus solares mayores rentas territoriales. En la nostalgia por la patria se aloja el raigón de la renta territorial.

22 Pero así como el trabajador de Alemania no vive únicamente de pan, así también el colono de libre tierra exige otras cosas más de la vida. El rendimiento material del trabajo es sólo una parte de lo que el hombre necesita para alegrar su existencia. Si el emigrante ha debido luchar durante mucho tiempo antes de poder vencer esas fuerzas atractivas de la patria, por otra parte hallará ahora en su nuevo hogar muchas novedades, que lo atraen o que lo rechazan. Los atractivos fortalecen las razones que le hacen aparecer como suficiente el rendimiento de su trabajo, (del mismo modo que se estará dispuesto a realizar por un sueldo inferior un trabajo más agradable), las repulsiones las debilitan. Si las circunstancias negativas (clima, inseguridad de la vida y de la propiedad, parásitos, etc.) priman sobre las positivas, la diferencia entre ambas debe ser nivelada por un rendimiento del trabajo proporcionalmente mayor, a fin de que el emigrado se quede y aliente a sus hermanos a seguir su ejemplo. Por ello, todo factor que influencie la vida, la satisfacción del poblador de libre tierra, influirá también en forma indirecta sobre la satisfacción del trabajador alemán y repercutirá sobre sus exigencias en lo que respecta a su salario. Esta influencia comienza ya con el relato del viaje. Si la travesía se realizó sin los penosos mareos, si la vida, la comida de a bordo han sido pasables, esto ya resulta alentador para los que se han quedado. Las noticias, que el colono de libre tierra envía, de la amplia libertad de que disfruta, de la caza, de su caballo, de grandes cardúmenes de salmones y manadas de búfalos, de su derecho de disponer libremente de cuanto la naturaleza generosa le ofrece, de como además en todas partes ya no se le considera ni se le trata como a un siervo y un desposeído, sino como a un ciudadano libre de iguales derechos, harán naturalmente que el peón, que se ha quedado en su país, adopte una posición más decidida y más firme en toda cuestión de salarios. El efecto contrario se operaría si su hermano sólo puede hablar de malones de indígenas, de víboras de cascabel, de los parásitos y del trabajo ímprobo.

Bien conocen todos estos detalles los terratenientes, y si alguna vez llega una de estas cartas plagada de lamentaciones, se la aprovecha ampliamente en una bien dirigida propaganda. Los diarios la publicarán con grandes titulares, mientras que a los periódicos se les impone, aún por el empleo de medios coercitivos, la silenciación absoluta de toda nota agradable, alentadora de los emigrados. Esa misma sociedad, destinada a embellecer la patria, a fortalecer sus atractivos, tiene también por misión desprestigiar en lo posible a la libre tierra. Toda mordedura de víbora, toda noticia terrorífica de “far west”, naufragio o invasión de langostas, al moderar las pretensiones de los trabajadores y disminuir los deseos de emigrar, se transforma en renta territorial, en moneda contante para el terrateniente. Y viceversa, naturalmente, también.

[goodbye]apocalipsis[/goodbye]

 

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