El Orden Económico Natural: Introducción – PARTE III

“Si a los empresarios se les ofreciese el capital monetario a la mitad del interés actual, bien pronto todos los réditos de los demás capitales bajarían también a la mitad. Si, por ejemplo, una casa rindiera más alquiler de lo que al empresario le costara en intereses el dinero para edificarla; si el interés del dinero invertido en desmontar y roturar un bosque fuera inferior al arrendamiento de un campo de cultivo igualmente bueno, entonces, infaliblemente, la competencia conduciría a una disminución de los alquileres y arrendamientos, hasta nivelarlos con el interés monetario rebajado (vale decir, disminuiría la plusvalía), pues el medio más seguro para depreciar un capital real (casa, campo de cultivo), es decir, el que reduciría la plusvalía en favor del salario, consiste sin duda en crear al lado de éste un nuevo capital y hacerlo producir. Según todas las leyes económicas una mayor producción aumenta también la masa del capital ofrecido a los obreros, eleva los salarios y reduce finalmente el interés (plusvalía) a cero.” (Traducido de Proudhon: ¿Qué es la propiedad? (Qu`est-ce que la propieté?) París, E. Flammarión, nueva edición, pág. 235).

La eliminación de las utilidades sin trabajo, la llamada plusvalía, conocida también por interés o renta, es la finalidad económica inmediata de todas los movimientos socialistas. Para su realización suele exigirse el comunismo, – la fiscalización de toda la producción, con todas sus consecuencias, – y sólo conozco a un único socialista, P. J. Proudhon, cuyas investigaciones sobre la naturaleza del capital le permitieron encarar otra solución del problema. Los socialistas justifican la exigencia de una fiscalización general de toda la producción con la naturaleza, vale decir, con las cualidades intrínsecas de los medios de producción. Se afirma ingenuamente, tal como suelen decirse las cosas más naturales, que la posesión de los medios de producción procura al capitalista, en las transacciones de salarios con sus obreros, una supremacía cuya expresión es, precisamente, esa plusvalía o interés del capital. Generalmente nadie puede imaginarse que esa preponderancia de la propiedad puede pasar simplemente a los desposeídos (trabajadores) si se construye para los poseyentes al lado de cada casa, de cada fábrica – otra casa, otra fábrica más.

Ese camino de atacar conscientemente al capital por medio del trabajo ininterrumpido, tesonero, inteligente y no obstaculizado, para vencerlo finalmente, que les fue señalado a los socialistas hace ya muchos años por P. J. Proudhon les es hoy menos comprensible que entonces.

Si bien no se ha olvidado del todo a Proudhon, nadie por cierto lo ha entendido bien. De lo contrario, hoy ya no existiría el capital. Pero, como Proudhon erró el camino, (¡sus Bancos de cambio!), ya nadie cree en su teoría – la mejor prueba, quizás, de que nunca se le había comprendido realmente.

Pero, ¿por qué logró la teoría capitalista de Marx desplazar la concepción de Proudhon y pudo dominar completamente el movimiento socialista? ¿Por qué en todos los diarios del mundo se habla de Marx y de su teoría? Alguien dijo, que ello se debía a lo desesperanzado, vale decir, al carácter innocuo de la teoría marxista. “Ningún capitalista teme esa teoría, del mismo modo como ningún 4 capitalista teme a la doctrina cristiana. Sería hasta verdaderamente ventajoso para el capital hablar largo y tendido de Marx y de Cristo. Marx jamás podría causarle algún daño al capital, ya que juzga equivocadamente la naturaleza del mismo. En cambio con Proudhon hay que estar alerta. Mejor es rodearlo de silencio. Es un individuo peligroso, pues lo que afirma es sencillamente indiscutible, cuando dice que si los obreros pudiesen trabajar sin obstáculos, sin ser molestados y sin detenerse, bien pronto el capital se ahogaría en una superproducción de capitales (no confundir con superproducción de mercancías). Lo que Proudhon recomienda para combatir al capitalismo puede ser puesto inmediatamente en práctica, y es por consiguiente peligroso. Hasta el mismo programa marxista habla de la formidable capacidad productiva del obrero adiestrado, provisto de herramientas modernas que la técnica actual le facilita, pero Marx no sabe qué hacer con esta formidable fuerza productiva; en cambio, en manos de Proudhon se transforma en un arma de primer orden contra el capital. Por eso, “hablad largo y tendido de Marx, así quizás Proudhon sea olvidado por completo”.

Tengo la impresión de que el hombre que así hablaba, tenía razón. ¿Acaso no sucedió lo mismo con Henry George, con el “Movimiento reformista agrario alemán”, la gran “Verdad” de Damaschke? Como los terratenientes bien pronto descubrieron que se trataba simplemente de un cordero con piel de lobo (1), porque el impuesto a la renta territorial es prácticamente irrealizable, no había por qué temer ni al hombre ni a la reforma. Por eso podía la prensa hablar libremente de la ilusión de Henry George. Los reformistas agrarios eran bien vistos en la alta sociedad. Todo agrario, todo especulador triguero, tornóse reformista. “El león no tenía dientes, se podía jugar con él”, tal como en los salones del mundo social se juega con el cristianismo. El libro de George tuvo el tiraje más grande que libro alguno haya tenido jamás. ¡Toda la prensa traía comentarios! Las investigaciones de Marx desde un principio equivocan el camino a seguir: 1° Como cualquier extraño lo hace, así Marx también juzga al capital como un bien material. En cambio, para Proudhon la plusvalía (interés) no es lo producido por un bien material, sino por una constelación económica, por una situación del mercado.

2° Marx ve en la plusvalía un robo, resultado del abuso del poder que da la propiedad. Para Proudhon, en cambio, la plusvalía está supeditada a la oferta y la demanda.

3° Para Marx, la plusvalía positiva es natural; para Proudhon, la posibilidad de una plusvalía negativa ha de tomarse también en consideración (positiva -la plusvalía de parte de la oferta, vale decir del capitalista; negativa- la plusvalía de parte de la demanda, o sea de los trabajadores).

4° La solución dada por Marx consiste en la obtención de la preponderancia política con la organización del proletariado; la solución de Proudhon requiere tan sólo la eliminación del obstáculo que nos impide el desarrollo total de nuestro potencial productor.

5° Para Marx las huelgas, crisis, son acontecimientos favorables y el medio para la obtención del fin, en definitiva: la expropiación de los poseyentes. Proudhon en cambio dice: “No os dejéis, bajo ningún concepto, distraer de vuestro trabajo; nada fortalece tanto al capital como la huelga, la crisis, la desocupación. Para el capitalismo no hay cosa peor que el trabajo ininterrumpido.” 6° Marx dice: “La huelga, la crisis, os acercan a la meta; por el gran zafarrancho se os abrirán las puertas del paraíso.” -¡No! -dice Proudhon- no es cierto, es un engaño -todos estos medios os alejan de vuestra meta. En esa forma jamás se le birlará al interés ni un solo porciento.

5 7° Marx ve en la propiedad privada una fuerza, una preponderancia. Proudhon, en cambio, reconoce que esa preponderancia tiene su punto de apoyo en el dinero, y que en otras condiciones la fuerza de la propiedad puede hasta convertirse en una debilidad.

Si efectivamente, como Marx afirma, el capital es un bien material, en cuya posesión se basa el predominio de los capitalistas, lógicamente a cada aumento de esos bienes materiales debería corresponder una fortificación del capital. Si un atado de pasto, una carretilla llena de literatura sobre la “teoría del valor”, pesa un quintal, evidentemente dos atados, dos carretillas, en todas partes y en todos los tiempos, pesan exactamente dos quintales. Y si una casa produce por año una plusvalía de 1.000 pesos, entonces diez casas que se construyan a su lado tendrían que producir naturalmente y siempre 10 x 1.000 pesos -siempre suponiendo que sea exacta la premisa que en el capital debe verse un bien material.

Sabemos sin embargo que no es posible sumar los capitales como los bienes materiales; que, por el contrario, muchas veces el nuevo capital que se agrega debe ser descontado del ya existente. Este hecho es posible observarlo a diario. En ciertas condiciones una tonelada de pescado puede valer más que 100 toneladas. ¡Qué costoso sería el aire si no existiese en tan abundantes cantidades! ¡Por de pronto, aun lo obtenemos gratis! Poco antes del estallido de la guerra mundial (de 1914), cuando los desesperados propietarios de casas en los suburbios de Berlín clamaban contra la baja de los alquileres -vale decir de la plusvalía (renta)-, y en todos los diarios burgueses se hablaba muy seriamente de la “furia de la construcción” (2) de obreros y constructores y de la “peste de edificación” (2) que reinaba en el capital inmobiliario, fue posible observar la verdadera naturaleza del capital en toda su miseria. Ese capital, tan temido por los marxistas, muere de “peste de la edificación”, huye ante la furia de la construcción de los obreros! ¡Si Proudhon y Marx hubiesen vivido todavía! ¡Dejad de construir! -hubiese dicho Marx- quejaos de la desocupación, mendigad a causa de ella; además, ¡huelgas! Pues cada casa que construís aumenta el poder de los capitalistas, como que dos y dos son cuatro. La potencialidad del capital se mide por la plusvalía, y ésta por la tasa de intereses. Cuanto más elevada es la plusvalía, el interés de una casa, tanto más poderoso es indudablemente el capital. Por eso os recomiendo, abandonad esa furia incontenida de la construcción; exigid la jornada de trabajo de ocho, de seis horas, pues cuanto más casas edificáis, tanto mayor será naturalmente la plusvalía, y el alquiler de las casas es -plusvalía. De modo que ¡fin con la peste de la construcción! cuanto menos construyáis, tanto más baratas serán las viviendas que hallaréis.

Quizás Marx se hubiese cuidado bien de expresar semejante disparate, pero así piensan y obran, al fin y al cabo, hoy día los obreros, basados en las enseñanzas marxistas, que consideran al capital como bien material.

En cambio Proudhon. ¡Adelante con todas las fuerzas! ¡Venga esa peste y esa furia de la construcción! -hubíera dicho. ¡Obreros, constructores, no os dejéis sacar, bajo ningún pretexto, las herramientas de las manos! ¡Matad a los que os quieren impedir que trabajéis! Ellos son vuestros enemigos. Que me los traigan a todos aquellos que hablan de una “peste edificadora”, de una superproducción de la vivienda, mientras los alquileres señalen todavía un rastro de plusvalía, de interés al capital! ¡El capital debe sucumbir ante la peste de la construcción! Desde hace unos 5 años se os ha entregado sin control a la furia de la construcción, y ya se quejan los capitalistas del descenso de la plusvalía; la renta de las casas ha bajado ya del 4 al 3 %, vale decir toda una cuarta parte. Otros 3 lustros más de trabajo ininterrumpido y os podréis hacer anchos en casas libres de plusvalía, podréis “habitar” realmente. ¡El capital perece, y vosotros estáis en camino de destruirlo con vuestro trabajo! 6 La verdad es indolente como el cocodrilo que se asolea en el cieno del eterno Nilo. Para ella el tiempo no vale; una generación más o menos no la afecta, ya que la verdad es eterna. Pero esa verdad tiene un empresario que, mortal como el hombre, siempre tiene prisa. Para él, el tiempo es oro, siempre es diligente y exaltado. Este empresario se llama “error”. El error no puede dejar pasar la eternidad, reposando displicente en la tumba. Choca por todos lados y es empujado por todos.

Siempre está molesto en el camino de todos. Nadie lo deja descansar. Él es la verdadera piedra del escándalo.

De ahí que no importe en absoluto que a Proudhon se le dé por muerto. Su propio adversario, Marx, se encarga ya con sus errores de que la verdad salga a la luz. Y en este sentido se puede decir que: Marx se ha convertido en el empresario de Proudhon. Proudhon aun no se ha movido en su tumba; descansa. Sus palabras tienen valor eterno. Pero Marx sí, tiene prisa. No tiene descanso, hasta que Proudhon despierte y le dé el eterno descanso en el museo de los errores humanos.

Y aun si Proudhon efectivamente hubiese muerto por el silencio, la naturaleza en sí del capital no habría variado. Otros hallarían la verdad; a ésta no le interesa el nombre del descubridor.

El autor de este libro ha llegado a los mismos caminos que recorriera Proudhon, y arribó también a las mismas conclusiones. Quizás haya sido una suerte que no conociera para nada la teoría capitalista proudhoniana, pues así pudo realizar sus trabajos libre de toda influencia. Y la independencia es la mejor condición para la investigación.

El autor ha tenido más suerte que Proudhon. No solamente halló lo que éste había descubierto hace 50 años, es decir la verdadera naturaleza del capital, sino más allá, encontró o ideó el camino viable para los fines proudhonianos. Y al fin y al cabo, este camino es lo que más interesa en toda la teoría.

Proudhon preguntaba: ¿por qué tenemos tan pocas casas, máquinas y barcos? Y dió a ello también la respuesta exacta: ¡porque la moneda no permite su construcción! O si queremos emplear sus mismas palabras: “porque la moneda es un guardia que, apostado a las entradas de los mercados, tiene la consigna de no permitir el paso de nadie. El dinero, así lo creéis vosotros, es la llave del mercado (debiendo entenderse en este caso por “intercambio de productos”) -eso no es cierto- el dinero es un cerrojo” (3).

El dinero sencillamente no permite que al lado de cada casa se edifique otra casa. Ni bien el capital no rinda el acostumbrado interés, el dinero se declara en huelga e interrumpe el trabajo. De modo que el dinero obra realmente como protección contra la peste de la construcción y la furia del trabajo. Proteje al capital (inmuebles, fábricas, barcos) contra todo aumento de capital.

Cuando Proudhon descubrió esta naturaleza de cierre y obstrucción del capital, exigió: Combatamos esta prerrogativa de la moneda elevando a la mercancía y al trabajo a la condición de dinero efectivo.

Pues dos prerrogativas se anulan mutuamente en el momento en que se enfrentan. ¡Si le asignamos a la mercancía la misma preponderancia de la moneda, ambas preponderancias se equilibran por sí mismas! Ésta fue la idea y la proposición de Proudhon, y para realizarla fundó los Bancos de cambio. Y éstos, como es sabido, fracasaron.

Y sin embargo, la solución del problema, que no pudo hallar Proudhon, es harto sencilla. Para ello sólo se requiere abandonar de una vez el acostumbrado punto de vista del propietario de la moneda y encarar el problema desde la posición del trabajo y del poseedor de mercancías. Entonces la solución se halla de inmediato. La mercancía es la verdadera base de la economía social, y no la moneda. El 7 99% de nuestra riqueza se forma por las mercancías y sus derivados, sólo el 1% lo forma la moneda.

Consideremos y tratemos pues a la mercancía como si fuese el fundamento del edificio, es decir, no la toquemos; dejemos a la mercancía, tal como aparece en el mercado. De todos modos en nada podemos alterarla. Si esa mercancía se pudre, se rompe o se consume, bien, dejemos que así sea. En realidad ésa es su esencia. Por más que mejoremos los Bancos de cambio de Proudhon, no por ello nos sería posible impedir que la edición de los diarios que a las seis de la mañana fuera repartida a gritos por los canillitas, dos horas más tarde pase a engrosar la pila de papel viejo, si no ha encontrado comprador. Debemos tener en cuenta también que la moneda en general es utilizada además como medio de ahorro; que todo el dinero que sirve de medio de cambio al comercio, va a parar a las cajas de ahorro y permanece allí, hasta que la oportunidad de obtener un interés lo hace salir. ¿Pero, cómo conseguiremos elevar para el ahorrador las mercancías a la misma categoría de la moneda contante (oro)? ¿Cómo podremos influenciar al ahorrador para que en lugar de guardar dinero, deposite en sus cajas o cámaras de ahorro: heno, libros, tocino, granos, cueros, guano, dinamita, porcelana, etc.? Y esto era lo que en realidad Proudhon perseguía cuando quiso poner el dinero y la mercancía en un mismo nivel cuando los quiso equiparar perfectamente. Proudhon olvidó en sus consideraciones que la moneda actual no es solamente medio de cambio sino también medio de ahorra, y que para la despensa del ahorrador, la moneda y papas, moneda y cal, moneda y paño, nunca y bajo ningún concepto serán considerados como objetos de igual valor. Un joven que ahorra para los días de su vejez preferirá una moneda de oro al contenido de la mayor tienda.

Dejemos pues en paz a las mercancías. Ellas constituyen la base, el mundo, al cual debe ajustarse el resto. En cambio, observemos con un poco más de atención a la moneda. En ella nos será más fácil realizar alguna reforma. ¿Debe la moneda forzosamente ser tal cual es? ¿Por qué necesariamente durante el incendio de un negocio, en una inundación, en un cambio de moda, en una crisis, en una guerra, la moneda sea lo único que se trata de proteger contra todo daño? ¿Por qué la moneda ha de ser mejor que las mercancías a cuyo intercambio debe servir? ¿Y no es acaso este “ser mejor” precisamente la prerrogativa, por cuya existencia explicamos la causa de la plusvalía, cuya eliminación era lo que ansiaba Proudhon? ¡Fuera, pues, con las prerrogativas de la moneda! El dinero, como mercancía, no ha de ser para nadie, ni para el ahorrador o el especulador o el capitalista, mejor que el contenido de los mercados, de las tiendas o almacenes. Si la moneda no ha de tener prerrogativas frente a las mercancías, ha de deteriorarse también como éstas, mufarse o podrirse; ha de poder ser carcomida, enfermar, escapar, y si muere, el propietario ha de pagar aún los gastos para desollarla. Recién entonces podremos decir que moneda y mercancía son absolutamente equivalentes y están a un mismo nivel -tal como Proudhon lo quería.

Demos ahora a esta exigencia una fórmula comercial. Digamos: todo poseedor de mercancías generalmente sufra por el almacenamiento de la misma una pérdida en cantidad y calidad. Además debe pagar los gastos de depósito (alquiler, seguros, cuidado, etc.). ¿A cuánto asciende todo esto por año y término medio? Digamos por ejemplo 5% -porcentaje que es más bien bajo que excesivamente alto.

¿Cuánto en cambio, tiene que descontar un banco, un capitalista o un ahorrador de su dinero que guarda en casa o en caja de ahorros? ¿En cuánto ha disminuído, por ejemplo, el tesoro de guerra alemán guardado en la torre de Julio, cerca de Spandau, en los 44 años que allí estuvo depositado? ¡Ni en un mísero céntimo! Si así son los hechos, ya tenemos la respuesta a nuestra pregunta: ¡le adjudicamos a la moneda la misma pérdida que sufren las mercancías en depósito! Desde ese momento la moneda ya no será mejor que la mercancía; será entonces indiferente para cualquiera poseer o ahorrar moneda o mercancías ya que la moneda y las mercancías son absolutamente equivalentes; entonces el enigma 8 proudhoniano estará resuelto, su alma salvada del purgatorio; y rotas las cadenas que desde tiempo inmemorial impedían a la humanidad el libre desenvolvimiento de sus fuerzas.

Con el objeto de estructurar este trabajo de investigación como un programa social-político (el orden económico natural), he resuelto exponer recién en las partes 3ª. y 5ª. la solución del problema monetario, adelantando en cambio la parte “libre tierra”. Por esta disposición se hace más clara la visión de conjunto, se presenta más nítida la finalidad: el orden económico natural. Quien tenga en cambio interés especial en saber cómo ha sido resuelto el problema de Proudhon, que comience con la parte 3 – 5 y lea al final la parte 1 – 2.

(1) Ernst Frankfurth: Los réditos sin trabajo. Editorial Junginger Arosa.

(2) Expresiones del “General Anzeiger de Gross -Lichterfelde.” (3) Gustavo Landauer (+ 1919): El socialista.

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