El Orden Económico Natural: ¿Cómo puede fundarse la exigencia de la nacionalización del suelo?

El hombre sano reclama para sí todo el globo terrestre, lo considera uno de sus miembros, una parte principal inseparable de su cuerpo; pero a todo el globo, no una parte del mismo. Y el interrogante que debemos contestar es cómo cada uno puede llegar al usufructo íntegro de ese órgano principal.

Se excluye toda división de la Tierra, pues, por la división cada cual no recibe más que una parte, pero en cambio necesita el todo. ¿Pueden satisfacerse las pretensiones de los distintos miembros de familia sobre la olla común, rompiéndola y arrojándole a cada uno un fragmento de la misma? Por otra parte, con cada sepelio o cada nacimiento habría que proceder a una nueva división; y sin olvidar que las fracciones son completamente diferentes por su situación, conformación, condiciones climáticas, etc., y que por lo tanto nadie puede ser conformado. Pues si uno prefiere su parte en alguna altura asoleada, el otro busca la proximidad de una cervecería. La división (hoy, por regla general, por sucesión) no considera en cambio para nada estos deseos, y así el amante de la cerveza debe bajar diariamente de su altura asoleada para satisfacer sus deseos cerveceros en el valle, mientras que el otro que ansía esa altura, se atrofia moral y físicamente en el ambiente del valle.

Por la división nadie es conformado, esa división encadena al hombre a su terruño, especialmente en los casos, que son regla general, en que el intercambio de las partes (ventas) es dificultado por impuestos a la venta. Así, por ejemplo, más de uno quisiera cambiar de lugar por razones de salud, otro que está enemistado con el vecindario quizás haría bien, por razones de seguridad, de trasladarse a otra región, pero su bien raíz no lo suelta.

En muchas partes de Alemania el impuesto a la venta importa 1, 2, 3 por ciento, en Alsacia hasta el 5 %. Si se considera que por regla general los bienes raíces en sus ¾ partes están hipotecados, esos 5 % de impuesto a la venta constituyen ya el 20 % del primer pago parcial o de la fortuna del comprador. Si entonces un individuo cambia sólo 5 veces de lugar -lo que para el buen desenvolvimiento del hombre no es excesivo- todo su capital de bienes raíces se esfuma en impuestos. Con el impuesto al incremento del valor, propuesto por los reformistas agrarios, que sólo se percibe en caso de venta, el asunto empeora más aún.

Para labradores jóvenes la región extrema norte se presta excelentemente; con los años, cuando el metabolismo alimenticio se torna más lento, se ha de preferir a veces una zona más templada, mientras que los ancianos se sentirán mejor en los países cálidos. ¿Cómo es posible satisfacer con la división del condominio estos y miles de otros deseos? ¿Acaso debe cada cual cargar al hombro su propiedad, como una pieza de equipaje? ¿Deben vender aquí su fracción para volverla a comprar allá? Lo que esto significaría lo sabe todo aquel que no puede prestarle constante atención a la compraventa de tierras, y a quien las circunstancias obligan a enajenar varias veces su parcela. Le sucede lo que a aquel campesino que llevó una vaca a la feria y que tras de una serie de negocios de cambio, regresó finalmente con un canario. Por eso es común que el propietario del suelo deba “esperar la oportunidad” para la venta. Pero mientras aquí espera la oportunidad para la venta y allá otra para la compra, pasa el tiempo de modo que por lo general debe desistir de las ventajas que el cambio de lugar le reportaría. ¿Cuántos labradores quisieran acercarse a la ciudad para posibilitar a sus hijos talentosos la concurrencia a la escuela, y cuántos otros quisieran huir de su proximidad para criarlos en la naturaleza virgen? Cuánto buen católico ha sido trasplantado por su heredad a una comunidad protestante y ansía volver a su congregación católica. La propiedad del suelo los priva de todas estas satisfacciones; la propiedad los transforma en perros de cadena, en siervos, en esclavos de la tierra.

96 Y cuántos otros quisieran labrar el terruño hasta el final de sus días, el mismo campo cuya tierra roturaron desde tiempo inmemorial sus antepasados, y son echados por un acreedor, un usurero o por el cobro ejecutivo de impuestos. Las leyes de protección de la propiedad los expulsan de su propiedad.

Otro que ha heredado “su parte” del padre y que ha podido pagarles a sus nueve hermanos únicamente hipotecando el 90 % del suelo, ahora es acorralado por el pago de los intereses. Un leve aumento de los salarios, una pequeña disminución de la renta del suelo (que ya puede provenir por la sola rebaja de los fletes marítimos) bastarían para quitarle toda posibilidad de pagar los intereses y hacerlo caer bajo el martillo del rematador. La llamada crisis de la agricultura, de la que fueron víctimas todos los propietarios de bienes raíces de Alemania, fué una consecuencia del endeudamiento por herencia, ligado inseparablemente al sistema de la propiedad privada del suelo.

El “feliz heredero” de la propiedad privada se mata trabajando, calcula, suda y politiquea sobre cuestiones de estado -su propiedad lo arrastra inexorablemente al abismo.

Consecuencias peores aún para los “partícipes” tiene la división de la tierra en forma de propiedad corporativa (colectiva) tal como lo es la propiedad comunal y lo aspira el cooperativismo. Al individuo en particular no le es posible la venta de su parte y el abandono de la cooperativa implica la pérdida de la participación. El impuesto a la transacción se transforma en un impuesto a la mudanza del 100 %. Hay comunidades que no solamente no perciben impuestos, sino que encima todavía distribuyen dinero contante. Para no perder estos ingresos más de uno permanecerá en la comunidad, a pesar de que ni las condiciones climáticas, políticas, religiosas y sociales, ni las condiciones del salario y de las cervecerías le agradan. Y estoy convencido de que en ninguna parte habrá tantos pleitos, discordias y crímenes, que en ningún lado debe vivir gente más infeliz que precisamente en esas cooperativas acaudaladas. Además estoy convencido también de que las condiciones de los salarios en estas cooperativas deben ser peores que en otras partes, pues la libre elección de la profesión determinada por las condiciones personales y tan necesaria para el éxito de la actividad profesional, se ve reducida enormemente por la traba que se impone al libre tránsito. Cada cual está supeditado a la industria que se haya podido desarrollar en el lugar, y si quizás alguno de ellos hubiese podido hacer fortuna en el mundo como hombre de ciencia o como profesor de bailes, por no perder sus derechos cooperativistas debe vegetar aquí como triste leñador.

Con los mismos inconvenientes de “la división de la tierra” tropezamos, aunque en proporción mucho mayor, si repartimos el mundo entre los diferentes pueblos. A ningún pueblo le es suficiente la parte que le ha correspondido, a ningún pueblo le puede ser suficiente esa parte, ya que para su total desarrollo toda nación como todo individuo en particular, debe poder disponer de todo el globo terráqueo. Ahora bien, como esa parte es insuficiente se tratará de aumentar la propiedad por la conquista. Pero para la conquista se requiere potencial bélico, y es una ley corroborada por el desarrollo histórico de los milenios, que el poderío de una nación no crece constantemente en proporción al aumento de su territorio, sino que por el contrario, disminuye con el correr del tiempo, por las continuas conquistas. Por eso resulta también imposible que todos los pueblos del orbe queden alguna vez, por conquista, bajo un dominio único. La conquista por eso se circunscribe a extensiones reducidas, que en otra oportunidad vuelven a perderse. Lo que uno gana por conquista, lo pierde el otro; y como este otro tiene las mismas necesidades de expansión, se prepara para la reconquista y vigila pacientemente la oportunidad para caer sobre su vecino.

Así, casi todos los pueblos, en una u otra oportunidad, han tratado de conseguir el ansiado dominio total del globo terrestre, pero siempre con el mismo fracaso. La espada, como toda herramienta, pierde su filo con el uso. Y cuántos sacrificios se vuelven a hacer siempre y siempre de nuevo, en aras de estas empresas pueriles. Ríos de sangre, montañas de cadáveres, mares de dinero y sudores.

97 Y ni rastro de éxito. El mapa político de nuestro mundo semeja hoy el sayo de un mendigo, desflecado y lleno de remiendos; nuevos mojones divisores se levantan día a día, y más celosos que nunca todos cuidan su hueso, el pan del mendigo heredado de los padres. ¿Podemos esperar hoy todavía con razones cuerdas, el advenimiento de un conquistador que nos una a todos? Tal esperanza sería insensata. La división conduce a la guerra, y ésta sólo puede remendar. Sus costuras siempre vuelven a abrirse. El hombre necesita todo el mundo, toda la esfera, y no un harapo remendado. Y esa necesidad fundamental la siente cada individuo, cada pueblo en particular, y mientras no se la haya satisfecho habrá guerra. Hombre contra hombre, nación contra nación, continente contra continente. Debiéndose tener en cuenta, además, que la guerra desatada por tales causas debe producir siempre e invariablemente, los efectos contrarios de lo que los beligerantes anhelaban. Separación en lugar de unión; reducción en lugar de ampliación; abismos en lugar de puentes.

Bien es cierto que más de un burgués se sentirá “más cómodo” en alguna taberna ahumada, que inseguro y molesto en lo alto de la cumbre de una montaña. También de los antiguos prusianos se dice que muy a disgusto aprobaron la incorporación al Imperio alemán; el nuevo esplendor los deslumbraba; es que la división del suelo había producido una generación de mendigos.

Por eso, ¡fuera con esas herramientas anticuadas y desafiladas, fuera con los cañones, fuera con ese juego de títeres! ¡Fuera con los postes de cerco, con los límites aduaneros, al fuego con el registro de la propiedad! Ninguna división ni despedazamiento de la Tierra, nada de escombros! Suum cuique. A todos el todo.

¿Cómo puede satisfacerse esta exigencia, sin comunidad de bienes, sin hermandad estatal universal y sin la abolición de la independencia estatal de los diferentes grupos étnicos? Libre tierra contesta a este interrogante.

Con la realización de esta exigencia, ¿no se le hace accesible a todo individuo toda la tierra ubicada dentro de los límites territoriales y se declara de su propiedad? Por este procedimiento, ¿no se le asigna a cada cual el campo que ansía, no se considera con él todo deseo, más aun, todo antojo, todo capricho? ¿No se aligera por la libre tierra la carga de los bienes de mudanza en todo el lastre de la propiedad privada y se impone la libre emigración no sólo legalmente sino también económicamente? Veámoslo más de cerca. Un campesino labra con sus muchachos una gran propiedad en la llanura del norte alemán. Pero, como sus hijos no quieren saber nada de la agricultura y se le van a la ciudad para dedicarse a una profesión, la granja le resulta demasiado extensa a nuestro hombre, cuya capacidad de trabajo ha disminuído además por los achaques de la vejez. Quisiera en consecuencia explotar una chacra más pequeña y unir este deseo a un sueño de su juventud: vivir en las montañas.

Por otra parte no quiere estar muy lejos de Frankfort, pues sus hijos se han radicado allí. Hoy en día este proyecto sería muy difícil, para un labriego, casi imposible de realizar.

Con libre tierra las cosas cambian. El hombre no tiene bienes raíces, es libre, puede emigrar como ave de paso. Ni siquiera necesita esperar el término de su contrato de arrendamiento, pues pagando cierto importe en concepto de indemnización, puede rescindirlo en cualquier momento. Pide, pues, la lista ilustrada, que los diferentes distritos editan regularmente de las granjas que se arrendarán, y marca las que mejor correspondan a sus necesidades y gustos. No faltará surtido, pues, calculando un término medio de 20 años de arriendo, obtendremos que de cada veinte granjas anualmente quedará libre una, o sean anualmente unos 150.000 establecimientos rurales, con una extensión media de 10 Há., -grandes, pequeñas, para todas las necesidades en la sierra, en el llano, sobre el Rhin, sobre el Elba o el Vístula, en las regiones católicas o protestantes, en círculos conservadores, liberales o socialistas, en la ciénaga, en el arenal, junto al mar, para ganaderos o plantadores de 98 remolacha azucarera, en el bosque, en la neblina, a orillas de frescos arroyos, en regiones industriales ahumadas, en las proximidades de la ciudad, de la cervecería, de la guarnición, del obispo, de la escuela, en distritos de habla francesa o polaca, regiones para bacilosos, para cardíacos, para fuertes y débiles, viejos y jóvenes, -en resumen, una selección de 150.000 granjas anuales que están a su disposición, que representan su propiedad y que no tiene más que labrar. ¿No podrá decir entonces cada cual que es dueño y señor del Reich íntegro? ¿Qué es lo que le falta todavía para poseer todo el Reich? Total, que no podrá vivir y explotar más de una granja a la vez. Pues poseer significa estar radicado sobre el bien. Aun cuando estuviese absolutamente solo en todo el mundo, tendría que decidirse por un lugar.

Bien es cierto que se le exigirá un arriendo, pero ese importe representa una compensación por la renta territorial, que no es un producto del suelo, sino de la sociedad. Y el hombre tiene derecho al suelo, pero no sobre los hombres. Por consiguiente, si el labrador restituye la renta que él percibe de la sociedad por los precios de los frutos de la tierra, nuevamente a esa misma sociedad, no hace más que cumplir con un trabajo de tesorero, de perceptor de impuestos; su derecho al suelo no es limitado con ello. Devuelve a la sociedad, lo que ésta le pagó por los frutos del suelo por encima de su trabajo. Pero como a su vez el arrendatario es miembro de la sociedad, le corresponderá asimismo parte de los importes de arrendamiento. Quiere decir que ni siquiera paga el arrendamiento; únicamente devuelve las rentas territoriales por él percibidas, a la sociedad para su exacta contabilización.

Tenemos que reconocer pues que, con libre tierra, el derecho de cada individuo sobre la totalidad del territorio alemán se protege y realiza en forma ilimitada.

Pero con la fracción alemana no se ha satisfecho al hombre consciente de su dignidad. Este exige el total, el globo terrestre, como propiedad, como parte inseparable de sí mismo.

Esta dificultad también es resuelta por libre tierra. Supongamos la libre tierra extendida a todas las naciones, suposición que pierde lo que pudiese tener de extraordinario, si pensamos que más de una institución nacional ha pasado los límites del estado para conquistar al mundo. Bien, supongamos que la libre tierra haya sido adoptada internacionalmente, completándosela por medio de tratados en el sentido de que inmigrantes de otras naciones se considerarán con idénticos derechos, un hecho que ya hoy en lo que se refiere a las leyes existe en general. ¿Qué falta entonces aun en la realización del derecho de cada individuo en particular a la posesión de toda la Tierra? Desde ese momento todo el mundo constituye su propiedad ilimitada: en cualquier lugar que le plazca puede establecerse (hoy también ya lo puede, pero únicamente si tiene dinero), en forma absolutamente gratuita, pues el arrendamiento que paga, como ya se ha dicho, no se percibe en realidad del suelo, sino como compensación de la renta territorial que él percibe de la sociedad en el precio de sus productos y que le es restituído por los servicios del estado.

Por lo tanto, por la libre tierra todo hombre entra en posesión del mundo entero. Le pertenece: es como su cabeza, su propiedad absoluta, está íntimamente ligada a él. No le puede ser quitada, cortada a raíz de un pagaré protestado, de una deuda hipotecaria, un crédito firmado a un amigo en bancarrota. Puede hacer cuanto le plazca, beber, especular en la bolsa; su propiedad es intocable. Si debe compartir los bienes heredados de sus padres conjuntamente con 12 hermanos, si es hijo único -para la propiedad del suelo estos factores resultan indiferentes-. La tierra continúa siendo su propiedad, independientemente de lo que hace o deja de hacer. Si no hace entrega a la sociedad de la renta percibida en el precio de los productos del suelo, se le nombrará un curador, pero no por ello la tierra deja de ser su propiedad.

99 Por la nacionalización del suelo, todo niño nace propietario de tierra, y todo niño, sea hijo legítimo o natural, tendrá en la mano la esfera terrestre como el Niño Jesús de Praga. A los negros, a los rojos, a los amarillos, a los blancos, a todos sin excepción les pertenece el mundo indiviso.

Polvo eres y al polvo volverás. Esto aparenta ser poco, pero no ha de subestimarse la importancia económica de este polvo. Pues este polvo es parte integrante de la Tierra que hoy todavía pertenece a los propietarios del suelo. Para ser y crecer necesitas componentes de este suelo; basta ya que te falte una mínima parte del hierro de tu sangre, para que pierdas tu salud. Sin el suelo y (si éste pertenece a los terratenientes) sin permiso de los propietarios del suelo nadie puede nacer. Y no se crea que sea una exageración. El análisis de tus cenizas revela ciertas cantidades de componentes minerales que nadie puede obtener del aire. Estos componentes minerales pertenecieron alguna vez a la tierra o a sus propietarios, de los cuales han sido comprados o robados. Una de dos.

En Baviera la licencia para el casamiento se hacía depender de cierta cantidad de ingresos. El permiso para nacer les es negado legalmente a todos aquellos que no pueden pagar el polvo indispensable para la estructuración de su esqueleto óseo.

Pero sin permiso de los propietarios del suelo tampoco nadie puede morir, pues al polvo volverás y este polvo requiere lugar sobre la tierra, ¿y si el propietario del suelo te niega ese lugar? En consecuencia, quien muere sin permiso en el campo de un propietario, le roba a éste. Es decir que quien no puede pagar su sepultura baja directamente al infierno. De ahí que el proverbio español diga: “No tiene ni donde caerse muerto”. Y la Biblia: “El hijo de los hombres no tiene donde reposar su cabeza.” Pero entre la cuna y el ataúd está toda una larga vida y sabido es que la vida es un proceso de combustión. El cuerpo es un horno en el que hay que mantener un calor constante si no ha de apagarse la llama de la vida. Este calor es mantenido interiormente por la alimentación y exteriormente por el abrigo y la vivienda adecuados como protección contra la irradiación del calor.

Pero a su vez esos alimentos como también los géneros para la vestimenta y los materiales de construcción pertenecen a los productos del suelo, ¿y qué sucedería si los propietarios de ese suelo te negaran esos productos? Quiero decir que sin el permiso de los propietarios del suelo nadie podrá comer, vestirse, ni siquiera vivir.

Tampoco esto es en absoluto una exageración. Los americanos les prohiben la inmigración a los chinos; los australianos rechazan de sus costas a todos aquellos cuya piel no sea bien blanca; hasta los malayos náufragos que llegaron a buscar refugio en la costa australiana fueron nuevamente expulsados sin piedad. ¿Y cómo procede entre nosotros la policía con todos aquellos que no poseen medios para adquirir los bienes del suelo? “Nada tienes, pero vives, luego robas. El calor de tu cuerpo, que sólo puede ser el resultado de un fuego mantenido con productos del suelo, delata tu delito, delata que robas. ¡Marcha a la cárcel!” Por eso nuestros oficiales artesanos suelen procurarse un fondo pequeño de dinero, la férrea reserva intocable; por eso, conscientes plenamente de su culpa, suelen presentarse con estas palabras: “Disculpe Ud., un pobre viajante.” Con frecuencia se escucha la frase: “El hombre tiene un natural derecho al suelo”. Pero eso es una tontería, pues del mismo modo podría afirmarse que el hombre tiene derecho a sus miembros. No deberíamos hablar de “derechos”, pues entonces podríamos decir también que el pino tiene derecho a hundir sus raíces en el suelo. ¿Puede el hombre pasarse la vida en un globo? La Tierra pertenece al hombre, constituye una parte orgánica del mismo; así como no es posible imaginar al individuo sin 100 cabeza o sin estómago tampoco nos es posible imaginarlo sin la Tierra. Como la cabeza, la Tierra es también una parte, un miembro del hombre. ¿Dónde comienza en el hombre el proceso digestivo y dónde termina? Este proceso no comienza en ningún lado y tampoco tiene fin, es un ciclo cerrado sin principio ni fin. Las sustancias que el hombre necesita son indigeribles en estado crudo -deben ser previamente preparadas, pasar por una digestión. Y este trabajo previo no lo realiza la boca, sino el vegetal. Éste recoge y transforma las sustancias de modo que en su largo camino por el tubo digestivo resulten nutritivos. Las plantas, con su lugar fijo en el suelo, pertenecen pues lo mismo al hombre como la boca, los dientes y el estómago.

Sin embargo al hombre no le es suficiente, como a la planta, una porción de suelo; él necesita toda la Tierra, y todo hombre pretende toda la Tierra indivisa. Pueblos que viven en valles o en islas o cercados por murallas o derechos de aduana, degeneran y se extinguen. Los pueblos comerciantes en cambio, que vigorizan su sangre con los productos de todo el mundo, se conservan lozanos, se multiplican y conquistan la Tierra. Las necesidades materiales e intelectuales del hombre hunden sus raíces en cada terroncito de toda la corteza terrestre; abarcan la Tierra como los tentáculos de un pulpo. El hombre necesita todo, no una parte. Necesita de los frutos de la zona tórrida y los de la templada tanto como los del extremo norte, necesita para su salud aire de las alturas, de los mares y del desierto. Para refrescar el espíritu necesita la relación y la experiencia de todos los pueblos del orbe. Necesita de todo, hasta de los dioses de los diferentes pueblos, como objeto de parangón para sus ideas religiosas. Todo el planeta Tierra, tal como en imponente trayectoria gira alrededor del Sol, es una parte, un órgano del hombre, de cada hombre en particular. ¿Hemos de permitir entonces que algunos hombres ocupen partes de esta Tierra, partes de nosotros mismos, tomen en calidad de propiedad exclusiva y excluyente, construyan cercos y nos alejen con perros y esclavos aleccionados, de partes de la Tierra, nos arranquen miembros íntegros del cuerpo? Este proceder, ¿no resulta acaso una mutilación de nosotros mismos? Habrá quizás quien no quiera admitir el símil, porque la sección de una parcela no está unida a pérdida de sangre. ¡Hemorragia! ¡Ojalá que no fuese más que una simple hemorragia! Una herida común se cura: se amputa una oreja, una mano, el torrente sanguíneo cesa, la herida cicatriza. Pero la herida que produce en el cuerpo la amputación de una fracción de tierra supura eternamente, no cicatriza jamás. Cada día de vencimiento de intereses vuelve a abrirse siempre de nuevo, y la roja sangre de oro mana a torrentes. El hombre es sangrado hasta dejarlo blanco, se tambalea anémico.

La amputación de una fracción de suelo es la más sangrienta de todas las intervenciones, deja una llaga abierta, purulenta, que sólo puede curar con la condición de que el miembro arrancado vuelva a reintegrarse.

¿Pero cómo? ¿No está acaso la Tierra despedazada ya, dividida y repartida? ¿Y no se han extendido ya los correspondientes testimonios que deben ser respetados? ¡No, esto es un disparate, nada más que un disparate! ¿Quién ha extendido estos testimonios y quién los firmó? Yo, personalmente, jamás he dado el consentimiento para que en mi nombre se realice un fraccionamiento de la Tierra, de mis miembros; y ¿qué me interesa lo que otros han hecho por mí, sin mi consentimiento? Para mí todos esos testimonios son papeles sin valor. Yo no he autorizado esa mutilación que me transforma en un lisiado. Por eso reclamo la restitución de los miembros que me han sido robados y declaro la guerra a todo aquel que me retenga una fracción de la Tierra.

“Pero aquí, en estos pergaminos amarillentos, está la firma de tus antepasados!” Muy bien, efectivamente leo allí mi nombre, pero si ese nombre ha sido falsificado, ¿quién lo sabe? Y aun si la firma fuese auténtica, para lo cual falta hasta la posibilidad de la prueba, veo al lado de la firma un agujero que proviene del puñal, con el que fué forzada esa firma, pues nadie que no esté en 101 inminente peligro de muerte, sacrifica alguno de sus miembros. Hasta el zorro se corta una pata a dentelladas, pero únicamente si ha caído en una trampa. Y finalmente, ¿alguien está obligado hoy a reconocer las deudas de sus antepasados? ¿Deben los hijos purgar los pecados de los padres? ¿Pueden los padres mutilar a los hijos, puede el padre vender a su hija? Disparates, todos disparates.

A los hijos de los alcoholistas se les nombra un tutor; ¿y quién no nos dice que todos los testimonios del registro de propiedad no hayan sido firmados en plena embriaguez? Por cierto se quisiera creer que nuestros antepasados vivieron constantemente alcoholizados! Beodos habrían sido los que malgastaron la Tierra, bebedores como los antiguos germanos que, en la embriaguez, arriesgaban a la mujer y a los hijos. Únicamente sujetos degenerados por el alcohol se venden a sí mismos o a sus miembros, sólo individuos envilecidos pueden haber firmado voluntariamente los testimonios de propiedad. Piénsese solamente que de la Luna bajara un individuo con una botella de aguardiente para comprar aquí campos para su satélite. ¿Se le permitiría llevarse partes, grandes o pequeñas, de esta Tierra? Y sin embargo es completamente lo mismo si la Tierra es llevada a la Luna, o si toma posesión de ella el propietario del suelo. De todo modos éste, después de haber percibido la renta territorial, no deja nada más que campos yermos y desiertos. Si nuestros propietarios del suelo, con el éxodo de capitales, arrollasen toda la capa fértil de Alemania y la llevaran al extranjero, al pueblo le resultaría indiferente. A pesar de la escasez y del hambre, los terratenientes rusos que en París llevaban una vida fastuosa, continuaron exportando cantidades enormes de cereales de Rusia, de modo que hasta los mismos cosacos sufrieron la estrechez y para mantener el orden fué necesario un decreto prohibiendo la exportación.

¿Puede suponerse entonces que las firmas en el registro de propiedad hayan sido obtenidas en otra forma que no sea la violencia de un puñal, la exacción o el engaño por la botella de aguardiente? El catastro es el álbum de los criminales de Sodoma y Gomorra, y si algún propietario del suelo quisiese asumir la responsabilidad por los actos de sus antepasados, habría que encarcelarlo de inmediato por defraudación y exacción.

Jacob defraudó a su hermano todo el campo de pastoreo por un plato de lentejas, cuando éste, desfalleciente, regresaba de la cacería de lobos. ¿Hemos de otorgar a esta usura la consagración moral, impidiéndoles por la policía el usufructo de ese campo de pastoreo a los descendientes de Esaú? Empero, no necesitamos remontarnos hasta Esaú para descubrir el origen de nuestros testimonios.

“La colonización de la mayoría de los países se inició primitivamente por vía de la ocupación, de la conquista, y aún más tarde, con harta frecuencia, ha sido la espada la que ha vuelto a modificar la división existente” (1).

¿Y cómo se realiza hoy en día, ante nuestros propios ojos, la ocupación de una nación? Por una botella de aguardiente para sí y un vestido de colorinches para su esposa, el rey negro de la tribu de los hereros vendió las tierras que él había arrebatado a los hotentotes. Millones de hectáreas, todo el campo de pastoreo para su ganado. ¿Sabía él lo que hacía cuando, con el aguardiente en la cabeza, estampó la traicionera X debajo del documento? ¿Sabía él que, desde ese momento, ese documento sería guardado como valioso testimonio, como si fuese una reliquia, en una caja fuerte y que sería vigilado día y noche por una guardia? ¿Sabía él que desde ese entonces con todo su pueblo sería clavado sobre esa rústica cruz, y que a partir de allí debería pagar una renta por cada una de sus vacas, él, sus hijos, sus nietos, hoy, mañana, eternamente? No lo sabía cuando dibujó sobre el documento la señal de la cruz, que había aprendido de los misioneros. ¿Cómo podría ser posible acaso que con la señal de Cristo fuese defraudado y robado? Y si conocía la significación del documento, ¿por qué no se colgó a ese canalla de la primera rama que se encontrara, por traidor de su pueblo? Pero no lo sabía y resulta evidente que así debió ser, pues cuando fué llevado a la práctica 102 el contenido del pacto, se levantó en armas para expulsar a la “canalla falaz”. (En los diarios alemanes se calificaba a los infelices nativos que luchaban en la “guerra de su libertad” con las armas que podían, por regla general de asesinos incendiarios, ladrones, miserables, etc.) Claro está que lucharon en vano, pues entonces se realizó una verdadera cacería y los pocos que no fueron exterminados, fueron acorralados en el desierto donde morirían de hambre (véase el informe público del general Trotha).

El territorio en tal forma ocupado, de acuerdo con el informe oficial, ha sido distribuído de la siguiente manera (2): 1. Sociedad Colonial Alemana para Africa del Sudoeste 135.000 Km² 2. Sociedad de Colonización 20.000 Km² 3. Sociedad Hanseática de Tierras, Minas y comercio 10.000 Km² 4. Sociedad de minas y tierras de cacao 105.000 Km² 5. Africa del Sudoeste, Cía. Ltda. 13.000 Km² 6. Territorios de Africa del Sur Ltda. 12.000 Km² Total 295.000 Km² ¡Igual a 30 millones de hectáreas de tierra! ¿Y qué habrán dado estos seis adquirentes por las 30 millones de hectáreas de tierra? Un aguardiente, un plato de lentejas. Y así sucedió y sucede en Africa, en Asia, en Australia.

En Sudamérica se ha procedido con mucho mayor sencillez, se economizó el documento con la X de firma: Se envió al general Roca, más tarde Presidente de la Nación, con una partida de soldados a enfrentar a los indígenas, para expulsarlos de los fértiles campos de pastaje de la pampa. La mayoría fué baleada, las mujeres y niños fueron llevados a la capital como sirvientas baratas y el resto fué expulsado más allá del río Negro. El territorio fué dividido y adjudicado luego a los soldados, que por regla general no tenían nada más urgente que hacer, que vender sus derechos por aguardiente y paños de color (3).

Así y no de otra forma, se originaron los “sagrados e intangibles derechos” de los actuales propietarios del suelo mejor y más fértil que quizás exista en el mundo entero. Campos en los que retozan millones de ovejas, caballos y vacas; el territorio para todo un pueblo nuevo que ya está en formación, se encuentra hoy en poder de un puñado de personas que no han dado por él más que una botella de aguardiente.

En América del Norte, tierras colonizadas recientemente, estaban por lo general despobladas. Cada cual podía tomar cuanto necesitara. Toda persona adulta, hombre o mujer, tenía derecho a 160 acres de tierra, de modo que una familia con 6 hijos mayores, tenía derecho a 1.000 acres, igual a 400 hectáreas. Obligándose a plantar algunos árboles y cuidarlos, cada persona podía tomar posesión de la doble cantidad de acres (o sean 320). Después de algunos años (6) se extendían los títulos de propiedad y el campo era vendible. Por la compra de estos “lotes colonizables” por poco dinero (pues por una cosa que sin más trámites podía tomarse en todas partes en posesión, no podía exigirse mucho) se fueron formando después las estancias gigantescas de miles de hectáreas. Precio: una botella de aguardiente, un plato de lentejas. En esta forma dos labradores luxemburgueses, los señores Müller y Lux, poseen en California un establecimiento rural de tal extensión, que Prusia y Lippe tendrían cómoda cabida en él. Precio: una botella de aguardiente, un plato de lentejas.

103 El ferrocarril Northern Pacific obtuvo del gobierno gratuitamente la concesión para construir el ferrocarril, y además todavía la mitad de los campos que se extienden a derecha e izquierda de la vía, 40 millas campo adentro. Piénsese bien: ¡40 millas a derecha e izquierda de todo el ferrocarril de 2.000 millas de longitud! ¿Precio? ¿Un aguardiente? No, menos aún que un aguardiente, ¡gratis! Con el ferrocarril Canadá-Pacific sucede algo parecido. En el folleto editado por esta empresa. “La nueva ruta mundial al oriente”, se lee en la página 5: “La Compañía se encargó de la construcción de las 1920 millas, obteniendo en cambio del gobierno una serie de privilegios y franquicias valiosas, además, 25 millones de dólares en efectivo, 10 (digo y escribo Diez) millones de hectáreas de tierra cultivable y 638 millas de vía férrea ya terminada.” Quien crea ahora que el precio de estas concesiones lo constituiría el ferrocarril por construirse, está en un craso error. El folleto mencionado dice, que todo el ferrocarril será propiedad de la compañía.

Pero y entonces, así nos preguntaremos, ¿dónde está la compensación por los 10 millones de hectáreas de campo, los 25 millones de dólares en efectivo, las 638 millas de vías férreas terminadas que, además por las valiosas franquicias, que le fueron obsequiados? Respuesta: un aguardiente, un plato de lentejas, el peligro de pérdida (riesgo) de los intereses del capital invertido.

Así, de un solo plumazo, 10 millones de hectáreas de tierra cultivable pasaron a propiedad privada, en una de las naciones más feraces, más hermosas y más sanas. Ni siquiera se habían molestado de observar las tierras que debían regalarse. Recién durante la construcción del ferrocarril se “descubría” la extraordinaria fertilidad del terreno, la magnificencia del paisaje, la riqueza en hulla y minerales. Y ésto no sucedió en Africa, sino en el Canadá, tan renombrado por lo demás por su excelente administración.

Es así como se produce hoy la propiedad particular en países de los cuales Europa depende como de sus propios campos.

Y ahora, que sabemos cómo se forma la propiedad particular actualmente, ¿seguiremos investigando cómo se formó antaño? “Peor es menearlo”, dicen los españoles cuanto más se remueve, peor es.

¿Hemos de preguntarle a la Iglesia a qué temperatura se había hecho subir el calor del infierno, cuando la moribunda legó su bien rural a la Iglesia? ¿Les preguntaremos a los condes, príncipes, barones, por qué medios de alta traición conseguían del emperador débil, enfermizo trocar el feudo que los obligaba al servicio de las armas, en propiedades libres de cargo? ¿Cómo aprovechaban la magnífica oportunidad de una incursión de algún vecino rapaz, para arrancar al emperador privilegios y propiedades? “Peor es menearlo.” Hede si se lo revuelve. ¿Hemos de preguntarles a los lores terratenientes ingleses cómo se las arreglaron para obtener propiedades particulares en Irlanda? Robo, asesinato, alta traición y captación, esas serían las respuestas a tales preguntas. Y quien no esté del todo satisfecho con estas respuestas, a ése le darán la información deseada completa sobre el origen de la propiedad privada del suelo, las viejas leyendas y canciones de bebedores, la desastrosa decadencia, física y moral, de la raza. Se convencerá de que nuestros antepasados fueron una caterva de borrachos, que malgastaron la heredad de sus sucesores y se preocuparon un comino de la suerte de las generaciones venideras. Después de nosotros, el diluvio -ése era su lema.

¿Y nosotros tendremos que mantener esas “venerables instituciones tradicionales”, que estos alegres señores nos han creado, en señal de piadosa reverencia por las botellas que ellos vaciaron al crearlas, por la sangre infecta, por los miembros contrahechos que nos legaron? Las obras de los muertos no han de ser determinantes para nosotros; cada era tiene su propia misión que cumplir, y por otra parte lo suficiente que hacer con ella. La hojarasca muerta caída de los árboles, la barre el vendaval de otoño; el topo muerto en el camino, el estiércol del ganado que pasta, 104 lo entierran los escarabajos, en fin, la naturaleza se encarga que lo fenecido sea destruído para que la Tierra se conserve fresca y lozana. La naturaleza odia todo cuanto recuerde a la muerte. Hasta ahora nunca he observado que el esqueleto emblanquecido de algún pino seco, sirva de sostén y escala a las generaciones nuevas que surgen. Antes que la semilla germine, ya el huracán ha tumbado al árbol seco. A la sombra de los árboles viejos no puede desarrollarse la generación joven; pero ni bien los viejos han caído, ya todo crece y se desenvuelve.

Sepultemos entonces también con el muerto, sus obras y sus leyes. Erigid con los viejos testimonios y catastros una pirca y colocad al muerto encima. El ataúd es un lecho malo, excesivamente estrecho, y ¿qué son las leyes y los registros de propiedad para nosotros sino ataúdes en los que descansan los restos espirituales de nuestros antepasados? ¡Al fuego entonces con esos trastos enmohecidos! ¡De la ceniza, no del cadáver, renace el ave fénix!

(1) Anton Menger: El derecho al rendimiento total del trabajo, 4ª . edición, pág. 2.

(2) Deutsche Volksstimme, 20 de diciembre de 1904.

(3) En el “Hamburger Fremdenblatt” del 22 de diciembre de 1904 hallo la siguiente información: Latifundios en la Argentina: Hamburgo, diciembre 22. De acuerdo con un informe del Cónsul General en ésta, se han realizado recientemente ventas de grandes extensiones de tierra en la Argentina, que demuestran palpablemente el notable aumento del valor de los bienes raíces de esta nación. Antonio Devoto compró de la compañía inglesa South American Land Company, una estancia en el territorio de la Pampa de 116 leguas, con 12.000 vacunos, 300.000 ovejas, etc. por 6½ millones de pesos – unos 50.000 pesos por legua de 2.500 Há. José Guazzone, llamado el rey del trigo, compró en el distrito Olavarría de la prov. de Bs. Aires, 5 leguas por 200.000 pesos c/u. La Jewish Colonisation Society compró 40 leguas, parte en Pigüe, parte en la Pampa central, al precio de 80.000 pesos la legua, que el vendedor, señor Federico Leloir había adquirido en el año 1879 en 400 pesos por legua. Todos estos campos de la Pampa, que en 1878 fueron librados de indígenas, se vendieron públicamente por el Gobierno a razón de 400 pesos la legua de 2500 Há. Se prestan especialmente para la ganadería y su valor ha aumentado desde entonces de 150 á 200 veces, un buen índice de la prosperidad y el porvenir de esta nación.

Debe observarse a este respecto que el aumento de precios calculado en 200 veces, es en realidad considerablemente mayor. Los 400 pesos por legua de 2.500 Há. eran pagaderos en moneda corriente, de la que entraban 30 en un peso actual. El aumento de precio es pues 30 x 200 = 6.000 veces. ¡Se dice que los soldados vendían sus asignaciones de campo por cajas de fósforos!

[goodbye]apocalipsis[/goodbye]

 

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