“El espionaje es un negocio arriesgado”, ha dicho un portavoz de la CIA a lacadena de televisión ABC al confirmar la caída de dos redes de espionaje estadounidenses en Oriente Próximo, una en Líbano, la otra en Irán. En su escueta verdad, la frase sería suscrita, sin duda, por Georges Smiley, el personaje de ficción de las primeras novelas de John Le Carré. En el caso de la CIA en Oriente Próximo, cabría añadir, el negocio es extremadamente arriesgado.
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Por Javier Valenzuela
La primera noticia sobre esta caída de decenas de agentes e informadores de la CIA -al parecer reclutas locales, no estadounidenses- la dio el líder de Hezbolá, Hasan Nasralá, cuando en una intervención televisada informó el pasado junio de la captura de dos espías de la CIA infiltrados en el movimiento mayoritario entre los chiíes de Líbano. Aunque en su momento negó los hechos, La Compañía ha confirmado en los últimos días el desastre desde su sede en Langley (Virginia), no lejos de Washington. Aún más, ha informado que la caída afecta tanto a gente suya en Líbano como en Irán. Los especialistas norteamericanos los dan por muertos.
En la guerra que, en las últimas tres décadas, enfrenta a Hezbolá y su padrino, la República Islámica de Irán, con la CIA y otros servicios secretos estadounidenses, los vencedores, una vez, más son los del turbante. Hezbolá es un hueso muy duro de roer para la CIA y todos sus satélites, aviones no tripulados, sistemas de interceptación de conversaciones telefónicas o navegación por Internet y recompensas millonarias. De hecho, a una de sus ramas clandestinas, Yihad Islámica, se le atribuye el mayor desastre jamás sufrido por la agencia de espionaje estadounidense.
El 18 de abril de 1983, un descomunal atentado con explosivos destruyó la embajada de Estados Unidos en Beirut. Murieron un total de 63 personas, norteamericanos y libaneses, y entre ellos se encontraban ocho agentes de la CIA que celebraban en ese momento una cumbre de la agencia en Oriente Próximo. Uno de los espías fallecidos era Robert C. Ames, el mismísimo director de la CIA en la región. Fue la primera vez que La Compañía tuvo dolorosísima constancia de que Hezbolá también puede disponer de un perspicaz servicio de inteligencia.
Estados Unidos buscó su propia venganza a los sangrientos reveses sufridos en Beirut. En los años siguientes el entonces líder de Hezbolá, Mohamed Husein Fadalá, fallecido apaciblemente en Beirut en 2010, escapó a varios intentos de asesinato presuntamente organizados por la CIA, uno de los cuales, una explosión con coche bomba, sembró de cadáveres los suburbios meridionales chiís de Beirut. Pero serían los israelíes del Mossad los que, en 2008, en un atentado con coche bomba en Damasco, abatirían al cerebro de las operaciones antiamericanas de Beirut de los años ochenta, el libanés Imad Mugniyah.
Como siempre en asuntos de espionaje, en cualquier asunto humano en realidad, la guerra entre Hezbolá e Irán y la CIA también ha conocido episodios chuscos. El más notorio, en 1987, sería conocido universalmente como el escándalo Irán-Contra. A cambio de la libertad de rehenes norteamericanos capturados por Hezbolá en Beirut, las agencias de espionaje norteamericanas vendieron armas al Irán de Jomeini, entonces en guerra con el Irak de Sadam. Los norteamericanos, con Reagan de presidente, destinaron el importe de aquellas ventas a financiar a la contra nicaragüense.
Hollywood ha hecho varias buenas películas sobre las actividades de la CIA en Oriente Próximo. En 2001, el año del 11-S, salió una de las mejores: Spy Game, dirigida por Tony Scott e interpretada por Robert Redford y Brad Pitt. Sus escenas en Beirut eran estupendas. Cuatro años después, en 2005, llegó Syriana, dirigida por Stephen Gaghan, protagonizada por George Clooney y Matt Damon e inspirada en un libro escrito por Bob Baer, un ex oficial de la CIA. Pues bien, Bob Baer declara estos días que Hezbolá es excelente en tareas de contraespionaje. “La seguridad de Hezbolá es la mejor del mundo”, afirma, “es mejor incluso que la del antiguo KGB”.
Sí, la CIA lo tiene muy difícil con los islamistas. Lo corroboró el que el 30 de diciembre de 2009, la agencia sufriera su segundo mayor sangría histórica, esta vez en Afganistán y a manos de Al Qaeda. La red de Bin Laden logró infiltrar en la CIA a un topo, un médico jordano llamado Humam Khalil al-Balawi. Invitado a una reunión en la base de Khost, en la que se planeaba cómo eliminar al entonces número dos de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, el topo hizo estallar los explosivos que llevaba pegados a la cintura y, además de él, murieron siete agentes estadounidenses y el spymaster jordano Sharif Ali bin Zeid, miembro de la familia real.
La actual desarticulación de redes en Líbano e Irán ha suscitado una doble polémica en Estados Unidos. Por un lado, algunos especialistas denuncian que los crecientes errores de La Compañía son debidos a las prisas que implica el trabajo de prevención de atentados terroristas al que se dedica casi en exclusiva desde el 11-S. “En la premura por resultados inmediatos, el oficio ha sufrido”, señala El Nuevo Herald. Por otro, se han observado groseros errores de procedimiento en la actuación de estas redes. En el caso de la libanesa, informadores y agentes se reunían siempre en el mismo Pizza Hut beirutí, según la cadena ABC. La palabra para convocar estas reuniones también era siempre la misma: pizza. En el caso iraní, el contraespionaje local descubrió que la CIA conectaba con su gente a través de mensajes cifrados en Internet, que logró interpretar.
Estos fracasos le llegan a la agencia de espionaje dirigida por Leon Panetta en un momento que no puede ser más inoportuno, cuando está siendo muy presionada por su Gobierno para que obtenga información sobre los planes nucleares de Irán y sobre cuál sería la reacción del régimen de los ayatolás y sus aliados libaneses de Hezbolá en el probable caso de un ataque militar israelí. Irán, por su parte, denuncia estar cercado por centros de espionaje de la CIA norteamericana, el Mossad israelí y el MI6 británico instalados en sus países vecinos: Irak, Afganistán, Pakistán, Turkmenistán y Azerbaiyán.
P.S. Sobre la historia de la CIA puede leerse en castellano el libro Legado de cenizas. Historia de la CIA (Debate) del premio Pulitzer Tim Weiner.
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