Atentados del 11-S: La OTAN y el «choque de civilizaciones»

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Como ya hemos explicado en estas columnas, el «Choque de Civilizaciones» no es una simple teoría sobre la evolución de las relaciones internacionales.

Se trata de un programa concebido en el seno del Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos y los think tanks ligados al complejo militar et industrial con el fin de inventar un adversario estratégico ficticio que permita justificar el aumento de los créditos militares y el intervencionismo militar en las regiones donde se concentran los últimos recursos energéticos fósiles que pueden ser explotados.

Sobre esa base, se inventó el mito, ampliamente propagado por los medios de difusión, de la existencia de un gran complot islamista mundial en guerra con «Occidente».

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 significarían entonces una declaración de guerra equivalente al inicio de la Guerra Fría, Al-Qaeda representaría una amenaza comparable a la de la URSS (y hasta más peligrosa) y para poder enfrentar esta situación habría que transformar radicalmente el orden mundial establecido al término de la Segunda Guerra Mundial.

Estos postulados se integran al discurso dominante sobre la globalización económica para conformar una vulgata ideológica que justifica al mismo tiempo la revisión del derecho internacional, la restricción de las libertades ciudadanas y la adopción del modelo económico anglosajón bajo el presupuesto de que el siglo XXI ofrece a la vez «nuevas oportunidades» y «nuevos peligros».

En pocas palabras, el mundo tiene que «adaptarse a los nuevos retos del siglo XXI», slogan que los lectores de Tribunas y Análisis encuentran constantemente en nuestros resúmenes.

La base del aspecto geopolítico de ese discurso común es la hipertrofia mediática del «peligro islamista», comparable a los totalitarismos nazi y estalinista.

Aunque no siempre asumida, esa comparación sirve como postulado inicial implícito en numerosos análisis o justificaciones políticas.

Pocos responsables de la toma de decisiones políticas o analistas geoestratégicos de los medios dominantes la ponen hoy en duda.

Sin embargo, el ex consejero de Jimmy Carter para la Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski, denuncia como improductivo el énfasis que se pone en Al-Qaeda y en el terrorismo islámico.

Brzezinski afirma en el Washington Post que la insistencia de la administración Bush en la denuncia del «yihadismo» hace ver a Estados Unidos como un país de cobardes y rompe el impulso movilizativo y unificador de Washington a nivel mundial.

Por otro lado, esa retórica perjudica la política estadounidense en contra de Rusia y favorece, según Brzezinski, la de Vladimir Putin.

En la tribuna de quien fuera el creador de la política del cansancio de la URSS en Afganistán se nota que, más que la fraseología bushiana, lo que pone en tela de juicio son las prioridades estratégicas.

Para Brzezinski, como para una parte de los demócratas, la oposición al resurgimiento ruso constituye una prioridad por lo menos tan importante como el control del Medio Oriente.

Siendo así, toda política que pueda dar lugar a un acercamiento entre Rusia y los países musulmanes debe ser combatida.

A pesar de ello, la opinión de Brzezinski tiene hoy un carácter excepcional en el campo mediático occidental.

También en el Washington Post, la secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice, promueve los principios de su política exterior, mucho más acorde con la ideología dominante.

En su tribuna, que contiene numerosas alusiones, Condoleezza Rice expone su doctrina, en la que entremezcla el principio de la Pax Democratica, tan importante para Madeleine Albright, el peligro islamista y el choque de civilizaciones.

Afirma que el mundo ha sufrido cambios radicales y que las amenazas que se ciernen sobre todos los Estados del mundo no son ya de orden estatal.

El peligro viene de redes terroristas que proliferan en los Estados débiles o en vías de descomposición.

Ello implica que conviene reducir en lo adelante la importancia de la soberanía de los Estados en el sistema internacional ya que se hace necesario actuar en lugar de los Estados impotentes, sobre todo teniendo en cuanta que –según Rice– la principal amenaza no es ya la guerra entre Estados.

La secretaria de Estado afirma además que lo importante no es ya la correlación de fuerza entre los Estados sino los regímenes adoptados.

Esa fórmula sibilina significa que el nuevo orden internacional que desea la administración Bush no debe preocuparse por establecer igualdad entre los Estados ni por la hegemonía estadounidense sino garantizar la difusión de un tipo de régimen.

Condoleezza Rice no habla de la «comunidad de democracias» que promovía Madeleine Albright pero uno no puede menos que pensar en ella al leer su texto.

Tampoco afirma que el «yihadismo» sea una amenaza comparable al bloque soviético, pero lo sugiere cuando compara su propia acción a la de Dean Acheson, el secretario de Estado en funciones al principio de la Guerra Fría.

Finalmente, teniendo en cuenta que Rice acaba de regresar de un viaje por Europa y que Acheson fue el fundador de la OTAN, uno no puede menos que sentirse inclinado a interpretar el texto de la Secretaria de Estado sobre el necesario «cambio de doctrina» como un llamado a una reforma de la Alianza Atlántica y de las herramientas creadas para la Guerra Fría.

Condoleezza Rice no habla de la OTAN en su texto, pero su gira por Europa situó de nuevo a ese pacto militar en el centro de las preocupaciones atlantistas en los medios de difusión.

La mayoría de los textos publicados sobre el tema arrojan que la Alianza Atlántica debe «adaptarse a los nuevos retos del siglo XXI», para retomar la fórmula consagrada.

Tiene que convertirse en una máquina al servicio de los intereses estadounidenses frente a los nuevos enemigos designados con el pretexto de promover la democracia.

La OTAN ya ha cambiado mucho.

Durante los años 1990 se convirtió en una alianza militar ofensiva en la ex Yugoslavia arrogándose el derecho de condenar o de atacar Estados en lugar de la ONU.

Durante la cumbre del cincuentenario analizó la posibilidad de ir más allá de su zona de acción tradicional y de extender sus misiones, incluyendo la realización de acciones policíacas.

Así lo hizo cuando atacó Afganistán después de los atentados del 11 de septiembre, y hoy los dirigentes atlantistas reclaman que se extiendan su territorio y prerrogativas.

Como muestra de esa transformación, el servicio de prensa de la OTAN difunde el discurso que el secretario general de la Alianza Atlántica, Jaap de Hoop Scheffer, pronunció el 1ro de diciembre de 2005, en Doha, durante la conferencia sobre el papel de la OTAN en el Golfo Arábigo-Pérsico, organizada conjuntamente por la OTAN y la Rand Corporation.

Se trataba de la primera visita oficial de un secretario general de la OTAN en funciones a la región.

El autor presenta las evoluciones de la alianza y llama a una asociación con los Estados del Golfo.

Elogia la colaboración entre esos países y la Alianza Atlántica en el seno de la Iniciativa de Estambul y la justifica en nombre de las evoluciones geopolíticas y las transformaciones de los regímenes locales.

De ese modo, presenta a la OTAN como una organización que apoya las reformas democráticas regionales y que extiende su protección (generosa) a las naciones en vías de democratización ante la nueva amenaza global que representa –según él– el terrorismo internacional.

Pero hoy, para los círculos atlantistas, la estructura actual de la OTAN no se adapta ya a los nuevos objetivos que se le quieren asignar.

Los responsables se movilizan, por lo tanto, a favor de una transformación de sus estatutos y de su organización militar.

En Le Monde, Victoria Nuland, embajadora estadounidense ante la OTAN y esposa del teórico neoconservador Robert Kagan, llama a reformar la alianza aunque mantiene la más completa oscuridad en cuanto a las modificaciones concretas que desearía aportar a sus estructuras.

Su tribuna es ante todo la repetición constante de la argumentación clásica sobre la naturaleza global de los «peligros del siglo XXI».

Sin embargo, aunque su texto no contiene ninguna proposición concreta, ilustra el proyecto estadounidense sobre la OTAN.

Al pedir que la Alianza Atlántica se convierta en centro de reunión de las democracias y que actúe en el campo militar, en el humanitario y hasta en el sector económico (para garantizar la prosperidad de sus miembros), la señora Nuland reemplaza a la ONU por la OTAN.

Aunque no lo dice, la embajadora prepara a los lectores de Le Monde para el reemplazo de la organización internacional por una comunidad de democracias atlantistas basada en la OTAN.

En el diario conservador español ABC, el ex presidente del gobierno español, José María Aznar, presenta un análisis análogo, basado en un informe [La OTAN, una alianza por la libertad] (Ver también el escrito del especialista militar Viktor Litovkin).

Aznar también afirma que la OTAN debe cambiar y adaptarse a las «nuevas amenazas» y que tiene que enfrentar el «peligro yihadista».

Para eso es necesario que la OTAN se convierta en la alianza militar de las «democracias», incluyendo a Japón, Israel y Australia.

Yendo más lejos, el autor pide también que la alianza desarrolle su importancia en el campo de la seguridad interna de sus miembros y que rompa con el principio de unanimidad en la toma de decisiones.

En esas condiciones, la OTAN podría influir en las legislaciones nacionales en materia de seguridad sin tener que someterse al principio de unanimidad.

La incorporación de países atlantistas como Australia, Japón e Israel reforzaría además el peso de Estados Unidos en el seno de una organización sometida al principio de la mayoría.

Recordemos que la vocación de la OTAN no es precisamente la de una alianza de democracias, como pretende Aznar.

El Portugal de Salazar estuvo entre sus fundadores, la Grecia del régimen de los coroneles encontró su lugar en ella y, mediante de la red stay behind, la alianza participó en diferentes intentos desestabilizadores contra Estados miembros o en golpes de Estado.

Aunque es cierto que España no entró formalmente a la alianza hasta 1981, luego de la democratización española, también es cierto que la OTAN no hizo absolutamente nada para apoyar la democratización de ese país y que se esforzó al máximo por impedir que los comunistas españoles desempeñaran un papel importante en el proceso democrático.

Al reforzar el peso de la OTAN en los asuntos internos de los países europeos en nombre de la lucha contra la «amenaza islamista» estaríamos asistiendo a un recrudecimiento de las capacidades de injerencia política de Estados Unidos, injerencia que no tiene nada de «democrática».

Sin embargo, no es seguro que Estados Unidos disponga de los medios necesarios para reformar la OTAN y convertirla en lo que quiere Washington.

El editorialista conservador del Washington Post, Jim Hoagland, estima que los países de la «vieja Europa» podrían bloquear el tan deseado proceso de «reforma».

Recomienda prudencia a la administración Bush, aunque también le aconseja aprovechar el momento actual: los dirigentes franceses tienen problemas internos que debilitan su nociva influencia en el seno de la alianza atlántica y Gerhard Schroder fue substituido por una canciller mucho más abierta.

O sea, si Estados Unidos actúa con habilidad y se apoya en el Reino Unido, Italia y los países del antiguo bloque soviético, la administración Bush podría lograr transformar la alianza conforme a sus deseos.

Por su parte, en medio de este optimismo atlantista y sueños de reforma, el analista atlantista y consejero de Angela Merkel, Detlef Drewes, se inquieta por el futuro de la Alianza Atlántica desde las páginas del Braunschweiger Zeitung.

La duplicidad del discurso estadounidense sobre los valores democráticos se ha hecho evidente para todos y Washington no parece estar dispuesto, o capacitado, a hacer nada para remediarlo.

En esas condiciones, se hace difícil, en términos de imagen, que los gobiernos europeos puedan asociarse a Estados Unidos y realizar acciones conjuntas.

[goodbye]apocalipsis[/goodbye]

 

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Author: admin

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