Del 11 de septiembre a las armas de destrucción masiva iraquíes: la política como mentira

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Gracia a la iniciativa del millonario norteamericano Jimmy Walter, una serie de conferencias sobre el 11 de septiembre 2001 han sido organizadas para el público ciudadano en las principales capitales europeas. Periodistas y escritores estadounidenses han demostrado la responsabilidad de la administración Bush en la organización de estos atentados cuya consecuencia ha permitido que se establezca un régimen de excepción. Estos ciudadanos han lanzado un llamado a los gobiernos europeos para que se abra una investigación internacional. Nosotros presentamos aquí la intervención de Thierry Meyssan en Londres.

Queridos amigos,

En enero 2001, Donald Rumsfeld hacía público un informe de la comisión de seguridad espacial de los Estados Unidos, comisión que él mismo presidía. En esa ocasión y un poco antes de que tome sus funciones en el Pentágono, Rumsfeld alertaba a la prensa sobre el peligro inminente que representaba Osama Binladen. Según él, este personaje era el enemigo número 1 de los Estados Unidos y tenía todo listo para lanzar un satélite militar desde su base espacial en Afganistán.

Once meses más tarde ocurrían los atentados del 11 de septiembre.

Un poco más tarde, el general estadounidense Colin Powell, Secretario de Estado al mismo tiempo en aquella época, afirmaba ante la Asamblea General de las Naciones Unidas que aquellos atentados (del 11 septiembre) habían sido dirigidos por Osama Binladen, el cual beneficiaba de la protección del gobierno taliban en Afganistán.

Basándose sobre estos argumentos, el general Powell anunció que los Estados unidos intervendrían militarmente en Afganistán para arrestar a Osama Binladen y llevarlo ante la justicia. Powell se comprometió a presentar rápidamente ante la Asamblea General de la ONU un informe donde mostraría la culpabilidad de Binladen y la legalidad de la intervención militar USA. Pero Powell no lo hizo. Ante la ausencia de dichas pruebas, el gobierno británico de Tony Blair -tratando de ocultar estas carencias-, publicó su propio informe, el cual tampoco contaba de pruebas sino más que de simples deducciones.

El diario inglés Times del multimillonario Ruppert Murdoch publicó esquemas de las instalaciones secretas de Binladen, increíbles instalaciones subterráneas, como si se tratara de una película del agente James Bond

Hoy en día gran parte de la opinión pública mundial, pero también en los Estados Unidos, saben lo que valen las palabras de tales señores Rumsfeld o Powell y lo que significa también la prensa del señor Murdoch. Para poder apoderarse del petróleo iraquí estos han mentido, han mentido tanto y tanto, -y sin vergüenza-, incluso hasta en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Su versión acomodada de los sucesos del 11 de septiembre 2001 tampoco tienen más valor que sus falsas afirmaciones y juramentos acerca de las armas de destrucción masiva en Irak.

Tomemos un ejemplo típico de sus mentiras y la capacidad informativa de una cierta prensa dispuesta a dar crédito a estos falaces propósitos, intoxicando a la opinión pública mundial de esta manera.

El 11 de septiembre, según la Autoridad Federal de la Aviación Civil (FAA) estadounidense, el vuelo 77 dela compañía American Airlines fue dado por desaparecido cuando sobrevolaba una reserva natural a 500 Km. de Washington.

Tres cuartos de hora, una doble explosión tuvo lugar en el Pentágono, y un breve pero violento incendio destruyó una parte del edificio.

Según las primeras declaraciones de numerosos testigos, como por ejemplo del jefe de los bomberos del condado de Arlington o del corresponsal de prensa permanente de la cadena CNN en el Pentágono, ninguna señal o resto de avión fue descubierto en los descombros del Pentágono. A pesar de ello un portavoz del Ejército (US Army) afirmó que las explosiones habían sido causadas por la caída de un avión de pasajeros. Esta versión de los hechos fue inmediatamente confirmada por el portavoz del Pentágono. Según siempre esta versión, el Secretario Rumsfeld descendió personalmente de su oficina para dirigirse sobre el lugar del atentado. Él observó desde lejos lo que había ocurrido, distinguiendo y reconociendo los restos del Boeing estrellado.

Sólo en tres días, los testigos que afirmaban delante las cámaras que no había avión se retractaban y confirmaban la «verdad» de la versión oficial.

Sin embargo, uno no se puede creer tampoco la versión oficial del avión desaparecido, que, a pesar de haberse perdido en los radares civiles, haya podido continuar su ruta durante 500 kilómetros a través del territorio estadounidense, escapando de esta manera también al control de los radares militares, a los poderosos aviones de combate que los perseguían, escapando incluso a los satélites de observación espacial que venían de ser activados.

Tampoco se puede creer que un avión de pasajeros no autorizado haya podido penetrar en la zona aérea reservada únicamente al Pentágono y a la Casa Blanca sin que las defensas antiaéreas de estos dos sitios estratégicos de la defensa norteamericana se hayan activado, las cuales están dotadas con los más avanzadas tecnologías militares de defensa como son los mísiles antiaéreos.

No se puede creer y pretender que un avión comercial pueda volar a ras del suelo bastante tiempo para golpear una fachada a la altura de un primer piso de un edificio.

No se puede creer ni pretender que un avión sea tan sólido, no para derrumbar la fachada, sino para perforar un edificio fortificado, como lo puede hacer solamente un misil perforante.

Es surrealista pretender que un avión de tales dimensiones haya podido penetrar en un edificio por un orificio tan pequeño sin dañar los postes de alumbrado. Solo en el campo de la ciencia ficción se puede imaginar que un avión de semejante masa haya podido desintegrarse en el espacio sin dejar el más mínimo resto.

Es contrario a las leyes de la física pretender que una tal masa de metal haya podido evaporarse bajo el efecto del calor, incluso los reactores del avión, la parte más sólida del aparato.

Es una ofensa para las familias de las víctimas de pretender haber podido encontrar y reconocido los restos de los pasajeros gracias a una identificación ADN y a las huellas digitales, mientras que el fuselaje del avión se ha evaporado según estas mismas fuentes oficiales.

La administración Bush nos cuenta historias de ficción para niños. Pero los ciudadanos responsables no pueden creer la historia de este avión invisible. Tampoco se pueden creer la historia de la responsabilidad de un complot islámico mundial ni al fantasma de Binladen en estas historias prefabricadas.

El atentado del Pentágono no ha sido realizado con un avión comercial. Tampoco a partir de una cueva subterránea secreta en Afganistán. Estas imputaciones fantasistas de la administración Bush son tan incoherentes para que el general Powell haya tomado el riesgo de presentarlas en la Asamblea General de la ONU, el informe definitivo que prometió de redactar y presentar a la organización internacional como prueba, nunca se concretizó. La invasión Anglo-Americana del Afganistán no tiene nada que ver con la legitima defensa sino con el colonialismo. Las guerras de la Coalición son ilegitimas.

No tengamos miedo de exigir la verdad de estos acontecimientos ni de escapar a nuestras responsabilidades como ciudadanos. Hace más de 60 años, el Reichstag en Berlín se transformaba en ceniza a consecuencia del fuego. La prensa europea en esa entonces pasaba por alto estos hechos y aceptaba la versión oficial (de Adolfo Hitler) sin pestañar. El atentado al Reichstag -según ésta- había sido cometido por terroristas comunistas. La Europa entera aplaudía al flamante canciller alemán Adolf Hitler que tomaba medidas excepcionales para salvar la democracia frente al terrorismo. En realidad, lo que hacía era preparar la instauración de una dictadura y la guerra en el mundo.

Más tarde las democracias abandonarían a los republicanos españoles… y famosos políticos, como los señores Chamberlain (inglés) y Daladier (francés) en esa época, contribuían a fortalecer de esta manera gran ceguera política europea, y cuando esta Europa democrática despertaba de su letargo, ya era muy tarde, Hitler había desencadenado la más grande matanza de todos los tiempos.

Hoy, la administración Bush y sus cómplices, como lo son el gobierno de Tony Blair y de Howard (Australia), ya han llevado el fuego y la sangre a Kabul y Bagdad.

Ahora amenazan a Irán y a la Siria. A los 3,000 muertos del 11 de Septiembre 2001 han seguido decenas de miles de muertos en Afganistán e Irak. ¿Quiénes serán los próximos?

Por Thierry Meyssan

[goodbye]apocalipsis[/goodbye]

 

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Author: admin

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