La trama funcional y mediática de los ataques terroristas del 11-S, 11-M y 7-J, y las operaciones encubiertas de la CIA con los grupos islámicos. La nueva inteligencia estratégica con el “terror” y su articulación con las grandes cadenas informativas internacionales.
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Por [url=http://www.iarnoticias.com/]Manuel Freytas
El 11-S en EEUU, el 11-M en España, y el 7-J en Gran Bretaña demostraron que ante los hechos terroristas consumados de Al Qaeda, el sistema, las autoridades del mundo se quedan sin respuesta.
Ningún especialista podría explicar masivamente este nuevo tipo de inteligencia estratégica con el terror (una metodología que ya es estadística y verificable), primero porque ningún medio lo publicaría, y segundo porque estas estrategias mediáticas-terroristas son calladas hasta por los propios adversarios de Bush.
Si los denunciaran no podrían probarlo: la CIA no deja marcas ni huellas dactilares.
La planificación y la concreción de las operaciones terroristas son secretas y su “éxito” -medido en términos de resultados- depende fundamentalmente del factor sorpresa.
Así como no existe un boletín oficial de la CIA donde se pueda buscar o corroborar información sobre sus infinitas redes de contactos, operaciones especiales y tácticas de infiltración en el mundo islámico, tampoco los grupos radicalizados que utilizan el terrorismo como arma política y militar “publican” las fechas de sus atentados en los medios de comunicación.
Sólo se publica o trasciende en los medios aquellos rumores o información interesada que son manipulados por las propias organizaciones terroristas o servicios de inteligencia con la finalidad de testear o sondear previamente reacciones sociales e internacionales ante una determinada operación en fase preparatoria para su realización.
Sólo queda el análisis del beneficiario de los ataques. EEUU (y sus corporaciones multinacionales), que de esta manera soluciona todas las alternativas y los vaivenes de sus políticas imperialistas de conquista de mercados y de recursos estratégicos, silencia las acusaciones en su contra, y hace hablar al mundo en un mismo idioma: el terror.
El eje CIA-Al Qaeda-Talibán-Pakistán
Hay un conjunto de expertos que sostienen que los atentados terroristas de Nueva York, Madrid y Londres fueron realizados por mercenarios islámicos infiltrados, entrenados y financiados por la CIA, que en la mayoría de los casos desconocían para quien trabajaban.
Son muchos los especialistas, entre ellos Michel Chossudovsky, que sostienen que históricamente la CIA infiltró los cuadros combatientes islámicos utilizando de intermediario al servicio de inteligencia paquistaní (ISI), que en la actualidad sigue actuando de nexo entre los grupos terroristas que operan en Asia, los Balcanes y Medio Oriente, principalmente la red Al Qaeda.
Reclutado y entrenado por la CIA y el Istajbarat, que dirigía desde Riad el príncipe Turki Al Faysal, desde 1980 el joven Osama Bin Laden tomó parte en la lucha contra los soviéticos organizando campos de adiestramiento y de reclutamiento.
A su vez servía de nexo para la canalización de fondos y de armas para la Jihad Islámica, procedentes de la red de droga y de dinero negro centralizada en Arabia Saudita.
A partir de 1982 se estableció en Peshawar donde puso en marcha la entidad Al Maktab ul-Khidamat Mujahideen, una oficina de servicios a los mujaidines contratados para combatir contra los soviéticos.
Con su cuartel general instalado en Peshawar, en donde se dictaban clases de adoctrinamiento político y de estudio religioso, Bin Laden estableció estrechos contactos con ramas islamitas nacionales, como la Jihad Islámica egipcia Al Jihad Al Islami, y con organizaciones de dimensión transnacional, como los Hermanos Musulmanes, el histórico movimiento islamista fundado en Egipto en 1928.
De todo este conglomerado de mujaidines a su mando, entre 12.000 y 20.000 hombres, y del contacto con grupos integristas del exterior surgió en 1988 Al Qaeda (La Base), convertida más tarde en la columna vertebral de los movimientos terroristas islámicos que operan por cuenta de la CIA en Asia y Medio Oriente.
Sin tomar parte casi en ningún combate, según la mayoría de sus biógrafos, la función de Bin Laden consistió en acrecentar la financiación encubierta estadounidense y saudita con fondos procedentes del tráfico de opio y morfina, y el reclutamiento de miles de voluntarios árabes de otras nacionalidades, como uzbecos soviéticos, moros filipinos o uigures de la región china de Xinjiang.
Unos 35 mil extremistas musulmanes, provenientes de 40 países islámicos, se sumaron a la lucha de Afganistán entre 1982 y 1992, entrenados y financiados por la red encubierta del eje CIA-ISI-Arabia Saudita, y teniendo a Bin Laden como uno de sus operadores centrales.
Según el periodista especializado, Walter Goobar, de uno de los centros de reclutamiento de Bin Laden en Brooklyn, los voluntartios pasaban a ?La Granja?, nombre con que se conocía en la jerga del espionaje a Camp Peary, un centro de reclutamiento de la CIA en Virginia.
En ?La Granja?, los reclutas musulmanes provenientes de todo el mundo aprendieron las técnicas de sabotaje y de terrorismo dictadas por oficiales y especialistas norteamericanos.
Entre sus “egresados” más famosos se cuenta Ramzi Ahmed Yusuf, quien en la actualidad cumple condena a cadena perpetua como principal implicado en el atentado contra las torres gemelas el 11-S.
Otros revistarían en el presente como miembros del “estado mayor” de la organización Al Qaeda fundada por Bin Laden, el guerrero de la CIA que hoy supuestamente se oculta en la zona de Pakistán que fue devastada por el último terremoto que azotó Asia.
Las pantallas y los desplazamientos secretos de estas operaciones impedían que la mayoría de los combatientes -salvo sus comandantes mayores- conocieran los objetivos encubiertos que se montaban detrás de su causa religiosa.
En esta fase la CIA y su brazo de la inteligencia paquistaní estaban concentrados en planes destinados a desestabilizar a los ex regímenes socialistas en los Balcanes.
Tras la desaparición de la Unión Soviética las redes del terrorismo islámico, incluída Al Qaeda, se habían extendido por las ex repúblicas musulmanas que integraban la URSS antes de su desintegración.
El eje Talibán-Al Qaeda-Pakistán-Chechenia se solidificó y fue clave para la construcción del régimen islámico radicalizado que imperaba en Afganistán desde 1996.
EE.UU. comenzó a perder influencia sobre las redes islámicas que habían tomado Afganistán en 1989 como base de despliegue para extender la guerra santa a toda el Asia y Medio Oriente.
La CIA, con financiación encubierta de la mafia rusa ligada a la droga y al contrabando de armas, comenzó a entrenar a los grupos antitalibanes nucleados en la Alianza del Norte, que desestabilizaron al gobierno Talibán y prepararon el terreno para la invasión militar.
Sin embargo, la Alianza del Norte también fue obra de los servicios de inteligencia de Rusia y de los países que sostenían posiciones contra el radicalismo talibán-checheno instalado en Kabul.
Los líderes guerrilleros islámicos se convirtieron en jefes de bandas armadas que luchaban entre sí por el control de los negocios turbios que giraban alrededor de la droga y el tráfico de armas, controlados secretamente por la CIA y la ex burocracia corrupta del imperio soviético en los Balcanes.
Mientras que Arabia Saudita, Pakistán y Chechenia apoyaban y daban cobertura logística a los talibanes; Irán, Rusia, India y cuatro repúblicas de Asia Central -Kazajstán, Uzbekistán, Kirguizístán, Tajikistán- sostenían abiertamente a la Alianza del Norte que intentaba derrocar al gobierno de Kabul.
La administración Clinton y el Pentágono, a mitad de los 90, se habían propuesto expulsar a la conexión Talibán-Al Qaeda-Chechenia del control de Afganistán.
Su independencia de poder y los planes propios que tenían para el mundo islámico, los hacía inviables para la geopolítica de EEUU en la región.
Con la desaparición de la Unión Soviética, a principios de los 90, las formaciones de mujaidines que habían servido para combatir y desestabilizar a la URSS durante las administraciones de Reagan y Bush padre, habían perdido su razón de ser funcional.
De esta manera se dividió y se rompió la coalición islámica que expulsó a los soviéticos de Afganistán.
Tras la derrota de la Unión Soviética en Afganistán la sociedad de la CIA con los grupos fundamentalistas islámicos entró en contradicción.
Una parte de la Jihad (caso del eje Talibán-Al Qaeda-Chechenia) intentó construir poder propio al margen de los intereses económicos y geopolíticos de Estados Unidos a partir de tomar el gobierno de Afganistán.
La CIA, que permanecía infiltrada, tanto en la Alianza del Norte como en el régimen talibán, por medio de la inteligencia pakistaní, comenzó a diseñar la operación que culminaría con la invasión militar norteamericana a Afganistán tras la voladura de las Torres Gemelas.
El gobierno fundamentalista de los talibanes -con Bin Laden como virtual ministro de Defensa- terminaría en el 2001 a causa de las múltiples operaciones de la CIA sobre los enemigos internos y externos de los talibanes, que culminó con la invasión militar norteamericana a Afganistán.
Y cuyo factor de desenlace principal fue el apoyo de Pakistán y de su estructura de inteligencia a la invasión militar contra el régimen talibán, tras los atentados del 11-S en Nueva York
El 11-S y el terrorismo “tercerizado de la CIA”
Para el profesor Michel Chossudovsky los ataques del 11 de septiembre no fueron un acto de “terrorismo individual” organizado por una célula aislada de Al Qaeda, sino que más bien fueron parte de una operación coordinada de inteligencia militar, que surge del servicio secreto paquistaní (ISI).
Dice el profesor Michel Chossudovsky, de la Universidad de Ottawa:
“Según el informe de inteligencia del gobierno de India los perpetradores de los ataques del 11 de septiembre tenían vínculos con el ISI paquistaní, el cual a su vez tiene vínculos con agencias del gobierno estadounidense. Lo que esto sugiere es que personas clave dentro de la institución de la inteligencia militar estadounidense podrían haber sabido de los contactos del ISI con el líder del grupo terrorista del 11 de septiembre, Mohamed Atta, y no actuaron”.
Según Chossudovsky, el jefe de los espías paquistaníes, el teniente general Mahoud Ahmad, “estaba en Estados Unidos cuando los ataques ocurrieron”, y según informó entonces The New York Times, “dio la casualidad de que estaba por acá en una habitual visita de consulta”.
Al examinar los supuestos vínculos entre los terroristas y el ISI, debe comprenderse que el teniente general Mahmoud Ahmad, como cabeza del ISI, tenía un “nombramiento aprobado por Estados Unidos”, apunta el profesor.
Como líder de la inteligencia paquistaní desde 1999, estaba en relación con sus contrapartes en la CIA, la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA, por sus siglas en inglés) y el Pentágono.
También hay que tener en cuenta que el ISI paquistaní se mantuvo, desde el fin de la guerra fría hasta ahora, como la base de despegue para las operaciones encubiertas de la CIA en el Cáucaso, Asia Central y los Balcanes”, señala Chosudowsky “.
Ralph Shoenman, activista y autor estadounidense, en una entrevista en La Jornada, en enero de 2002, afirma que “los eventos del 11 de septiembre reflejan una operación que fue anticipada y prevenida por agencias de inteligencia de distintas partes del mundo”.
“De hecho, las circunstancias del 11 de septiembre reflejan claramente lo que se denomina un stand down (es decir que deliberadamente se bajó la guardia) de la fuerza aérea, porque los edificios fueron atacados en Nueva York una hora y quince minutos antes del ataque al Pentágono”, apunta.
Para Shoenman “la gente que se encargó de obtener un departamento, proveer los fondos y rentar la camioneta resultó ser la Mossad. Ese atentado fue una operación del FBI y la Mossad y este es el fondo de la operación del 11 de septiembre”.
Por su parte, el ex ministro de Defensa de Alemania, Andreas von Bulow, durante una entrevista en el programa radial de Alex Jones señaló: “Osama Bin Laden, como Al Qaeda, como el Taliban, incluso Saddam Hussein, todos son figuras que en tiempos anteriores fueron captados por la CIA”.
“Así probablemente ellos han sido reciclados en el sistema como los tipos malos. Antes, ellos fueron los tipos buenos que sacaban a Rusia de Afganistán y se ocupaban de esto, consiguiendo así el dinero. Y ahora son pagados para ser usados como los tipos malos”, afirma ex titular de la Defensa alemana.
Un informe de la Oficina del Inspector General del FBI, difundido el 9 de junio de 2005, revela por primera vez como la CIA encubrió datos y protegió la presencia de dos de los autores del 11-S, antes de los ataques, dando nuevos indicios de que detrás de los atentados estuvo la “mano negra” del poder norteamericano.
El estudio interno del FBI provee varias revelaciones importantes acerca de como la CIA y el resto de las agencias de inteligencia estadounidenses ignoraron y aún suprimieron las advertencias en el período que se prepararon los ataques contra las torres y el Pentágono.
El capítulo más probatorio en el informe del Inspector General del FBI está relacionado con Khalid al-Mihdhar y Nawaf al-Hazmi, dos de los presuntos secuestradores del 11-S quienes vivieron la mayor parte del 2000 y 2001 en el área de San Diego.
De acuerdo al informe del FBI:
“…ellos no intentaron esconder sus identidades. Usando los mismos nombres de sus documentos de viaje y con algún contacto, al menos, en la comunidad de inteligencia, alquilaron un departamento, obtuvieron su licencia de conducir del Departamento de Vehículos del estado de California, abrieron una cuenta bancaria y recibieron tarjetas de crédito. Compraron y usaron automóviles y seguros, tomaron lecciones de vuelo en una escuela local, y obtuvieron un teléfono figurando el nombre de Hazmi en la guía”.
Según el documento del FBI, los secuestradores de los aviones que impactaron en las Torres Gemelas no se manejaban como ocultos conspiradores, tratando de evadir al más poderoso aparato de espionaje del mundo, sino como personas indiferentes a las amenazas a su seguridad, lo que da la pauta de que la CIA los tenía bajo control.
Según un informe aparecido en The New York Times, que citaba como fuente un antiguo miembro de los servicios de inteligencia de defensa y un representante republicano en el Congreso, más de un año antes del 11-S, una unidad militar de inteligencia identificó al supuesto jefe de los secuestradores de aviones del 11-S, Mohamed Atta, y a otros tres “terroristas” como posibles miembros de una célula de Al Qaeda operativa en Estados Unidos.
En el verano de 2000, el equipo militar preparó un informe que incluía fotografías de los cuatro hombres y recomendó al Comando de Operaciones Especiales Militares compartir la información con la Oficina Federal de Investigación (FBI), según afirmaron el congresista Curt Weldon y el ex miembro de la inteligencia, quien habló bajo condición de anonimato. La recomendación fue rechazada.
El arsenal de pruebas sobre la vinculación de los grupos operativos islámicos que secuestraron los aviones con la CIA suma decenas de informes y miles de páginas, que de citarlos habría que construir un sitio especial.
Los “eslabones celulares” y el 7-J en Londres
A la luz de la experiencia, los expertos señalan que en las operaciones del terrorismo “tercerizado” de la CIA es común que actúen varios grupos operativos infiltrados, sin conexión entre sí, pero que responden a la consecución de un mismo objetivo terrorista impidiendo que aparezca el verdadero organizador y beneficiario.
Según lo que se desprende de las distintas investigaciones sobre los grupos operativos del 11-S en Nueva York, 11-M en Madridy el 7J en Londres, toda la metodología de reclutamiento, entrenamiento y preparación de los ataques terroristas está “tercerizada” y sus verdaderos objetivos son desconocidos por sus ejecutores, quienes actúan motivados por convicción religiosa y por dinero .
Aunque en algunos casos -así lo reconocen los especialistas- la alienación religiosa juega (y puede jugar) un rol clave y gravitante esencial en los grupos infiltrados.
De cualquier manera, la conformación “celular” de los grupos operativos terroristas, donde cada integrante solo se conecta con el resto por medio de su “control” (un agente encubierto de la CIA) hace imposible que los ejecutores de los ataques conozcan la planificación general y el verdadero objetivo de los mismos.
Curiosamente, y como generalidad, los mercenarios o alienados religiosos que ejecutan los atentados generalmente sólo descubren la dimensión de su “obra” destructiva por la televisión.
Y esto sucede por el carácter cerrado y “celular” de las operaciones terroristas de la CIA, donde cada parte no se comunica con la otra, aunque el efecto funcional de las piezas arrojan un “resultado general”.
Según el sitio web Prison Planet, una agencia de consultoría (supuestamente vinculada con el gobierno británico) estaba ejecutando un ejercicio que simulaba un ataque con explosivos en el tren subterráneo de Londres exactamente en el mismo momento y en el mismo área donde sucedían los ataques terroristas del 7-J en Londres.
En una entrevista en la radio BBC 5 que fue emitida en la tarde de ese día 7, el conductor entrevistó a Peter Power, Director Gerente de Visor Consultants.com, que factura como una compañía asesora en “manejo de crisis”.
Peter Power es un ex un oficial de Scotland Yard, que se desempeñó alguna vez en la sección Anti-Terrorista Rama.
Power le dijo al conductor del programa que en el momento exacto que sucedían las explosiones de Londres, su compañía estaba ejecutando un gran ejercicio con 1,000 personas que ponía como escenario ataques al tren subterráneo de Londres, en la misma zona y en el momento exacto que que sucedían los ataques en la vida real.
Según Prison Planet, el ejercicio comprendía varias metas diferentes. Entre ellas, llevar a cabo la operación sin que el gran despliegue del servicio de seguridad se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, y luego, si eran capturados durante el ataque o después de este con cualquier evidencia incriminatoria, ellos podrían demostrar que formaban parte del el ejercicio.
Prison Planet parangona el hecho sucedido el 7-J en Londres con lo que sucedió en la mañana del 9/11/2001, durante los ataques terroristas en Nueva York cuando una agencia del gobierno controlada por la CIA estaba llevando a cabo ejercicios de volar aviones secuestrados contra el WTC y el Pentágono, a las 8:30 de esa mañana.
Los gran cantidad de “puntos” en las pantallas del NORAD (la Comandancia de Defensa Aerospacial Norteamericana por sus siglas en inglés) que desplegaron tanto los aviones realmente secuestrados como los aviones de los simulacros, explican por qué los confusos informes de prensa surgidos horas después del ataque señalaban que eran por lo menos 8 los aviones secuestrados.
Para Prison Planet, las bombas de Londres tuvieron la misma firma que las bombas de Madrid del 11 de marzo de 2004. Ambos atentados explosivos son similares al atentado explosivo en Bolonia en 1980 que asesinó a más de 80 personas.
El nivel de alerta de terrorismo de Londres se bajó antes que los ataques explosivos del 7-J tuvieran lugar. Esto proporcionó una protección extra a los perpetradores para planear y ejecutar el ataque sin tener que evadir una seguridad más severa, apunta el informe.
Los simulacros de ataque en el tren subterráneo de Londres, realizados paralelamente a los atentados reales, fueron usados como el soporte alternativo de encubrimiento para llevar a cabo el ataque (se utilizaron los argumentos del simulacro para desactivar las alertas de seguridad durante los taques reales).
Esto demuestra, como sostienen los expertos, que en cada ataque de Al Qaeda, el terrorismo “tercerizado” diversifica las operaciones en compartimentos celulares que no se tocan entre sí.
La trama mediática
Todo el proceso de terrorismo mediático con Al Qaeda y Bin Laden , desde el 11-S en adelante, se desarrolló en los medios de comunicación, principalmente en las cadenas televisivas, que trasmiten en vivo las imágenes de destrucción que a través de un ida y vuelta -feed baack- generan masivamente la psicosis terrorista a escala planetaria.
Sin la “globalización de la imagen”, a Washington y la CIA les hubiera sido imposible crear la figura de Bin Laden como el mítico “enemigo número uno de la humanidad” tras la voladura de las Torres Gemelas, iniciando así la era de la utilización del terrorismo mediatizado como estrategia y sistema avanzado de manipulación y control social.
De esta manera, las operaciones terroristas de la CIA con Al Qaeda, con sólo cuatro bombas detonadas sincronizadamente a distancia (como ocurrió en Londres) pueden multiplicar infinitamente (casi como una bomba nuclear) los efectos políticos y sociales de la destrucción por medio de la difusión mediática manipulada y nivelada masivamente para todo el planeta.
El proceso de “miedo al terrorismo” es alimentado a su vez por las grandes agencias y cadenas internacionales que se encargan de difundir por todo el planeta, y como si fuera una novela de espionaje, versiones, trascendidos, comunicados, cartas, videos con nuevas amenazas, “información secreta” sobre grupos terroristas, pistas “árabes”, etc., etc., cuya usina matriz, en la mayoría de los casos, se encuentra en los sótanos de planificación de la CIA o del resto de la estructura de inteligencia norteamericana, o israelí.
Esta situación particular del “terrorismo mediático” como arma de manipulación política y social determina que sus causas y objetivos sólo puedan ser leídos en el plano mediático, y no en el marco del análisis político o estratégico convencional.
El 7-J en Londres sirvió para reinstalar nuevamente la “guerra contraterrorista” en el centro de la escena mundial, manipular gobiernos con “planes antiterroristas”, y mantener latente el “terrorismo de Al Qaeda” como una carta en la manga a sacar cuando la coyuntura internacional (o local) lo requiera.
El libreto con el 7-J fue casi lineal al desarrollado tras los ataques del 11-M en Madrid: cacerías encarnizadas de musulmanes, “psicosis terrorista” recorriendo Europa, gobiernos embarcados en “planes contraterroristas”, “pistas árabes”, supuestos participantes apresados o en la mira, paranoia sin fin amplificada noche y día por las cadenas internacionales, amenazas de “nuevos ataques”, y los habituales megaoperativos de control y alertas de “máxima seguridad” que confieren más dramaticidad al clima de “miedo al terrorismo”.
En síntesis, en este circuíto perverso de mercado, oferta y ganancia capitalista, hay que encontrar la razón de la existencia del “terrorismo de Al Qaeda”, y su inmediata contrapartida: la “guerra contraterrorista” con la que Washington justifica sus invasiones imperialistas, de las que luego se benefician económicamente sus corporaciones y consorcios financieros transnacionales.
De esta manera, queda en claro que las acciones de Al Qaeda, un monstruo de mil cabezas inventado por la CIA, y sobre cuyas redes y entramado logístico no existe información verificable y confiable, sólo se las puede evaluar con un adecuado análisis y procesamiento que empiece por lo particular y termine por lo general, o sea por el “beneficiario principal” de las acciones terroristas de Al Qaeda.
Y queda en claro también, que el promocionado “fundamentalismo militar” del ex presidente Bush, su mediatizada “obsesión” con la “guerra contra el terrorismo”, no es nada más que una cáscara encubridora de un monumental negocio y saqueo capitalista de recursos estratégicos montado sobre una aceitada maquinaria mediática de manipulación psicológica y aprovechamiento militar-económico de las amenazas y los ataques terroristas.
La lógica del “nuevo enemigo” de EEUU, identificada con el terrorismo tras el 11-S, se articula operativamente a partir de la “guerra antiterrorista”, una estrategia de dominio imperial-militar que compensa la desaparición del “enemigo estratégico” en el campo internacional de la Guerra Fría: la Unión Soviética.
Obama, el mediocre gerente negro que sucede a Bush, solo continúa, en otra escala, la misma estrategia de Estado, y el asesinato por encargo de Bin Laden no es nada que un reciclamiento de la “guerra contraterrorista”.
De manera tal, que la “guerra contra el terrorismo” no fue un “capricho” pasajero de Bush”, sino una política de Estado del Imperio norteamericano, y una estrategia central en el marco de la expansión y de las ganancias del capitalismo transnacional, más allá de quien ocupe eventualmente el sillón de la Casa Blanca.
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