El Orden Económico Natural: La determinación exacta del precio del dinero

Bajo “precio del dinero” entendemos la cantidad de mercancías que ha de ser enajenada para obtener una determinada suma de moneda.

Para que el precio del dinero sea fijo, es necesario poder probar que no ha variado. Si no se pudiera verificar esto, los acreedores o los deudores, en su caso, se darían eternamente por descontentos, exigiendo una baja o alza, respectivamente, del precio del dinero. Sólo se pondrá término a sus que quejas cuando se les demuestre de una manera concluyente que “el precio del dinero” no ha experimentado fluctuaciones.

La divergencia entre los partidarios del patrón oro y los del llamado bimetalismo giraba mayormente en torno de la cuestión de si el “precio del dinero” había variado. Ambas partes han considerado el asunto basados en una concepción utópica (el títulado valor, valor intrínseco, substancia valorizada, guardavalor), y por ello quedó sin solución. Los argumentos más brillantes e ingeniosos traídos por los bimetalistas se convertían por lo regular en absurdos, debido a aquella utopía. Si los bimetalistas, basándose en prolijos estudios de estadística, comprobaban que desde su introducción el patrón oro provocó un descenso de 10, 20, o 50% en los precios de las mercancías, los partidarios del patrón oro restaban a esto toda importancia, desde que lo primordial no era el precio sino “el valor del dinero”, afirmación que los mismos bimetalistas admitían. El descenso de los precios de las mercancías habría provenido del adelanto de la técnica, que significó una reducción de los gastos de producción y transporte. Sólo los decididos y persuadidos adversarios de la teoría del valor están en condiciones de demostrar que el patrón oro resultó ser un error que permitió despojar a los deudores, inclusive al Estado, en favor de los acreedores. Los bimetalistas hubieran obtenido la victoria, y hasta les habría resultado fácil conseguirla si hubiesen librado la batalla en el terreno del precio del dinero, pero ellos mismos se desarmaron al caer en la ilusión del “valor”.

El precio del dinero puede tan sólo expresarse en mercancías. El precio de las mercancías, prescindiendo del trueque, tiene una sola expresión, esto es cierta suma de dinero; el precio del dinero tiene tantas expresiones como hay clases, variedades de calidad, términos de entrega y procedencia de mercancías. Quien lee los boletines del mercado y las listas de precios de un país sabe perfectamente lo que vale la moneda en un momento dado.

Pero cuando se quiere averiguar si el precio del dinero ha variado, no basta una simple comparación con los precios de las mercancías del día anterior, porque mientras suben millares de ellas, otras tantas bajan en su cotización.

Por cierto que no es del todo indiferente si las oscilaciones de precios se refieren a la hulla, al trigo, al hierro, o bien a las agujas, botones o canarios.

Un ejemplo lo demuestra: en 1906 1907 A) paga por 1 pipa Marcos 1.– 1.10 + 1 caja de betún Marcos 0.50 0.60 + 54 1 doc. de plumas Marcos 0.50 0.80 + 1 sombrero Marcos 3.– 2.50 – 1 par de botines Marcos 4.– 3.– – 1 pantalón Marcos 11.– 10.– – Marcos 20.00 18.00 Quiere decir que, a pesar de que una mitad de estos 6 artículos ha registrado un alza y la otra mitad una baja en los precios, el promedio se ha reducido en 2 Rm, o sea 10%. Guiado por las antedichas mercancías, el comprador constatará una valorización del dinero de 11%; obtendrá por su dinero 11% más de mercancías que antes.

Para restablecer el equilibrio anterior, no es necesario restaurar de nuevo la recíproca relación de cambio de las mercancías; bastará depreciar la moneda en un 11%; entonces todas las mercancías se valorizarán sencillamente en un 11%. Sobre la recíproca relación de los precios de las mercancías tiene el dinero tan sólo una influencia mediata. Si al subir el precio del betún baja simultáneamente el del pantalón, ello se debe, por lo general, a cambios en las condiciones de producción o de colocación; sólo cuando “en su conjunto”, por la misma cantidad de dinero, se obtiene más o menos mercancía de la misma calidad puede decirse que la relación de cambio entre mercancía y moneda se ha modificado. Haciendo caso omiso de los precios originarios habría de registrarse para los 6 artículos consignados un incremento uniforme de 11%. Entonces tendríamos: 1 pipa Rm. 1.10 Rm. 1.22 1 caja de de betún Rm. 0.60 Rm. 0.67 1 doc. de plumas Rm. 0.80 + 11% = Rm. 0.89 1 sombrero Rm. 2.50 Rm. 2.78 1 par de botines Rm. 3.- Rm. 3.33 1 pantalón Rm. 10.- Rm. 11.11 Rm. 18.- Rm. 20.00 Este incremento uniforme de precios para todos los artículos puede provenir no de los cambios en el costo de producción, sino tan sólo de una causa que actúa de igual modo sobre todas las mercancías, y esta influencia uniforme la ejerce exclusivamente el dinero. (1) No tenemos más que aumentar la moneda en circulación hasta que los precios hayan subido ese 11%.

Para descubrir las eventuales oscilaciones en el precio del dinero debemos por lo tanto hallar el índice de los precios de las mercancías y compararlo con el promedio de un periodo anterior.

Como se trata aquí de miles de millones en juego; como del precio de la moneda depende el bienestar de los acreedores y de los deudores, es menester un detenido estudio. Ha de aplicarse un método de absoluta imparcialidad que ofrezca una solución exacta y científicamente inobjetable. De lo contrario, nunca cesaría la disconformidad de acreedores y deudores.

Los medios sugeridos hasta ahora no llevan, por desgracia, a esta solución inobjetable. Ante la dificultad de averiguar los precios de los millones de mercancías y clasificarlas oficialmente según su diversa clase, calidad, procedencia e importancia, se ha propuesto conformarse con los precios de un número limitado de mercancías, especialmente de las que se cotizan en la bolsa, estimando la relativa significación de tales mercancías segun el capital requerido para su produccion y comercio.

55 Así han sido compilados los “index-numbers” de Jevons, Sauerbeck, Soetbeer y otros.

Para facilitar la comprensión de una cuestión tan trascendental para la economía, presento un cuadro demostrativo, dejando constancia de que los números, por ser hipotéticos, no tienen más que un fin ilustrativo.

Cuadro para calcular el promedío de los precios 1860 1880 1900 a b c a b c a b c precio cant. suma precio cant. suma precio cant.

suma 1. Lana 1.00 100 100 0.80 90 72 0.70 40 28 2. Azúcar 1.00 20 20 0.90 90 81 0.80 110 88 1. Lino 1.00 70 70 1.10 40 44 1.20 10 12 2. Algodón 1.00 20 20 0.90 40 36 0.80 60 48 1. Madera 1.00 150 150 1.20 100 120 1.30 80 104 2. Hierro 1.00 50 50 0.80 100 80 0.70 130 91 1. Cereales 1.00 400 400 0.80 300 240 0.75 260 195 2. Carne 1.00 150 150 1.20 200 240 1.40 260 364 1. Indigo (añil)1.00 30 30 0.80 5 4 0.75 1 7 2. Petróleo 1.00 10 10 1.10 35 38 1.20 49 58 1000 1000 1000 955 1000 995 Nota aclaratoria. De acuerdo con este cuadro el precio-índice para los 10 artículos mencionados habría variado de 1000 que lo era en el año 1860, a 955 en 1880; y a 995 en 1900.

Las cantidades consignadas en las tres columnas “b” deben siempre deducirse, desde luego, de una misma base (en nuestro caso 1000) para no falsear los resultados. Bien entendido que lo que interesa no es la magnitud de las sumas, sino tan sólo la exactitud del monto proporcional de los guarismos respectivos. Si redujéramos, p. e. las cantidades transcriptas a 500, el resutado final sería el mismo. La relación de los datos 1000, 955, 995 no se alteraría.

El precio de la primera columna “a” proviene de la cantidad de mercancías que se puede obtener por 1 marco, por ejemplo: 220 gramos de lana, 1.530 gr. de azúcar, 197 gr. de lino, etc. Todos los precios aparecen aquí llevados a la base de 1 marco. Los precios que siguen en la 2a. y 3a. columna “a”, de 1880 y 1900 respectivamente, se entienden por las mismas cantidades de mercadería que se pudo obtener por 1 marco en 1860, es decir, por 220 gramos de lana, 1,530 gramos de azúcar, etc.

Para reunir todas las dificultades que han de vencerse en una investigación de esta índole, he escogido los artículos de tal manera que a un objeto cuya importancia para la economía nacional decrece siga de inmediato otro de preponderancia creciente. Es el caso de la lana y del azúcar. La cría de ovejas en Alemania ha experimentado en los últimos decenios un retroceso continuo y la lana, por consiguiente, ya no tiene, ni remotamente, para la economía alemana la importancia de hace 40 años. En aquel entonces, las fluctuaciones de precios de la lana 56 repercutían sobre el precio de enormes majadas y sobre la renta de considerables extensiones de tierra destinadas al pastoreo de ganado lanar. Hoy, en cambio, la agricultura alemana apenas interviene en la fijación del precio de la lana, y si éste bajara de 100 a 50, el 99% de los campesinos alemanes ni siquiera se enteraría. Los únicos afectados serían los comerciantes en lana, las tejedurías y los vendedores de paños.

De ahí que el hecho de haber ligado el precio con la cantidad nos permite reducir, en nuestra investigación, el precio de la lana a su importancia real. Es así como hemos fijado, para aquella cantidad, 100-90-40.

Análogamente, pero en relación inversa, sucede con el azúcar. La producción alemana de azúcar ha crecido continua y fuertemente desde el año 1860, no sólo en absoluto, sino también en comparación con las otras ramas industriales. Muchos campos de pastoreo se han convertido en tierras de cultivo de remolacha; infinidad de campesinos, enormes inversiones de dinero en campos, fábricas, proveedurías, están interesados en el precio del azúcar, y es así como en el cuadro transcripto se le dedica una importancia cada vez creciente.

Lo mismo ocurre con las otras mercancías apuntadas: con el lino y el algodón, con la madera y el hierro, con los cereales y la carne.

Es indudable que si suponemos 1º. perfecta y completa la compilación, 2º. veráz la investigación de los precios, 3º. exactos los cálculos de la importancia comparativa de las diversas mercancías, el resultado tendría que ser inobjetable.

Pero suponer tal totalidad y exactitud es suponer demasiado. Hay millones de mercaderías diferentes, y cada una dotada de innumerables características y cualidades. Revisando las listas de precios de algunas fábricas, por ejemplo: de artículos para fotografía, drogas, ferretería, etc.

se encuentran más de 1000 variedades en cada una de ellos. ¿Cómo se quiere calcular, entonces, oficialmente los precios? Las fábricas poseen, además, para los diversos clientes planillas azules, rojas, verdes, blancas, con diferentes escalas de descuentos. ¿Qué ficha de rebaja se entregará a los compiladores oficiales: la roja o la verde? Sin embargo, de no existir otro procedimiento más simple para llegar a la mayor exactitud, podría aceptarse, por razones de emergencia, lo aproximativo y en lugar del conjunto de mercancías, escoger para la estadística 100, 200 o 500 de los artículos más importantes.

Si además se encomendara el trabajo a las diversas Cámaras de Comercio y si se aceptara el promedio de esos apuntes, no habría mucho que objetar para con acreedores y deudores, por lo menos desde el punto de vista de la imparcialidad.

Es necesario, pues, renunciar a la veracidad absoluta, ya que: 1) Es imposible calcular exactamente los precios sirviéndose de intermediarios, y menos aún por vía administrativa, 57 2) La averiguación de la importancia comparativa de las diversas mercancías es una cuestión complicada.

Pero, ¿son estos motivos suficientes para renunciar a todas las medidas para el precio del dinero? La tela no se mide con el metro oficial de platino guardado en París, ni tampoco el sastre se sirve de él. Y no obstante ello, los clientes no objetan el uso del metro de madera.

¿No sería preferible lo aproximativo de tal investigación sobre el índice del precio de dinero, antes que atenerse a las tornadizas aseveraciones del presidente del Reichsbank? ¿Qué sabemos hoy del precio de la moneda? Nada, salvo lo poco cosechado por nuestras propias observaciones, o lo que personas interesadas, sin pruebas ni documentos, quieran endilgarnos.

En medio de esta completa ignorancia sería sumamente ventajosa una medición aproximada de los movimientos en el precio de dinero, tanto por la utilidad inmediata que reportaría como también por las conclusiones a que sé podría arribar. Tal medida nos proporcionaría quizás más de una sorpresa, poniendo en serios aprietos a los adoradores del patrón oro. Pero, ¿hemos de renunciar por eso a un sano propósito? ¿Toma el juez acaso en consideración el apremio del ladrón a quien interroga? ¿No es preferible la luz de una vela a las tinieblas impenetrables? ¿No es más aceptable la duda provocada por la ciencia a la fe ciega? Desde hace 40 años se nos sirve la tesis de que el sistema monetario patrón oro funciona perfectamente, y hace 40 años que aguardamos la prueba de esta aseveración.

La averiguación planeada de acuerdo con el método descripto nos proporcionaría un punto de apoyo para examinar la exactitud de tal afirmación. ¿Por qué no se ha recurrido hasta ahora a ella? He aquí la respuesta: Porque se teme la luz que tal revelación podría proyectar sobre las interioridades de nuestro sistema monetario. Los rutinarios odian la ciencia.

Y es verdaderamente sorprendente ver cómo los mismos hombres que suelen cubrirse los ojos ante los sáltos mortales del patrón oro, súbitamente se horrorizan cuándo se habla del patrón papel y de la posibilidad de medirlo. Entonces crecen sus exigencias mucho más allá de todas las necesidades reales. A la queja de que bajo el patrón oro los precios suben y bajan en 10, 20, 30% (2) en breves intervalos oponen ellos la suya de que la medida propuesta no es infalible, ni excluye fluctuaciones, aunque éstas no sean comprobables.

Por lo demás también es fácil responder a exigencias tan malévolamente exageradas, si es que existe el propósito de hacerlo. ¿De qué se trata en el fondo? Pues, sólo de saber si las fluctuaciones de precios afectan o no el bienestar de acreedores y deudores; si los balances anuales de los industriales han sido influenciados por aquellas oscilaciones y en qué medida; si los obreros, empleados, rentistas, jubilados pueden adquirir con sus ingresos más o menos mercadería.

Para determinarlo de una manera intachable sólo se requiere lo siguiente: una ley según la cual todos los productores (agricultores, fabricantes) estuvieran obligados a notificar a las oficinas encargadas para ello, a las Cámaras de Comercio e Industrias las cantidades de mercancías producidas por ellos, junto con los precios realizados. Esas oficinas locales compilan los datos parciales, comunicando el resultado a una Oficina Central. Un informe local sería, por ejemplo: 5.000 quintales de cereales a Rm. 35.– Rm. 175.000 20.000 quintales de papas a Rm. 5.– Rm. 100.000 58 10.000 litros de leche a Rm. 0.30 Rm. 3.000 600 metros cúbicos de madera a Rm. 40.– Rm. 24.000 5 millones de ladrillos 0/00 a Rm. 18.– Rm. 90.000 200 ovejas a Rm. 120.– Rm. 24.000 500 doc. sombreros de paja a Rm. 30.– Rm. 15.000 Importe anual de la producción del distrito X Rm. 431.000 En la oficina central se suman los informes remitidos por todos los distritos del país. Tal suma sirve de punto de referencia para medir en adelante cualquier variación. Eso sucede de tal modo que los precios recién calculados para la nueva medición por la oficina central son puestos en la misma compilación como arriba se enseña. El nuevo guarismo indica en qué proporción han sido alterados en conjunto los precios de la producción total de las mercancías.

Los precios han de compilarse cada vez que se quieren hacer comparaciones. Las cantidades producidas se anotarán, en cambio, una sola vez por año. En lo que a mercancías extranjeras se refiere, el cálculo general incluye la importación anual. Como las cantidades y los precios de las mercancías producidas están sujetas a variaciones, la nueva cifra de comparación llamada “índice” calculada a base del nuevo inventario de la producción, no puede directamente utilizarse para mediciones anteriores. Para crear aquí la unidad comparable deben los nuevos guarismos calcularse a base de los precios de la compilación anterior y luego referirlos a los de la nueva. Recién entonces podrán ser comparados los dos guarismos.

Los “stocks” de los comerciantes no se toman en consideración en este procedimiento. Ellos van incluídos en la producción, y es de suponer que las variantes que resulten de la compilación de la producción afecten en proporción análoga a los balances de los comerciantes. Sería, pues, una carga inútil encuadrar estos “stocks” en la estadística de los precios. Lo mismo sucede con los salarios, ya expresados en los precios de las mercancías. Se puede admitir, además, que si permanecen invariables los precios de fábrica, tampoco variará el costo de la vida, de modo que los obreros, empleados, rentistas, jubilados, pueden adquirir por su moneda la misma cantidad de mercancías. (Los alquileres de las viviendas para obreros, que en su mayoría se componen de intereses, no han de tomarse aquí en consideración).

Los medios de producción (tierras, casas, máquinas, etc.) no tienen cabída en esta compilación.

Los medios de producción dejaron de ser mercancías, son bienes útiles necesarios para su poseedor, y dejaron de ser medios de cambio. Empero, el precio es indiferente para las cosas que no han de enajenarse.

Sólo la parte de los medios de producción que corresponde a depreciación vuelve a transformarse regularmente en mercancias y, en forma de productos, retorna al mercado. En los precios de las mercancías, empero, aquella parte ya es debidamente considerada.

El Estado no tendrá pues que ocuparse de calcular los precios, ni la importancia de cada mercancía. Toda esta labor la efectuarán los ciudadanos. La investigación del precio de la moneda quedará por ello librada de toda influencia política, en manos imparciales. El pueblo mismo pronunciará directamente el fallo en la cuestión monetaria.

El aporte de pruebas, en este caso para el Estado, apenas representara una carga mínima para el industrial. La compilación que éste proporciona le resulta muy útil, pues le muestra hasta qué punto sus balances han sido afectados por condiciones inestables, es decir, por el sistema 59 monetario y, en última instancia, por la Administración Monetaria, así como lo que ha de atribuirse a su actividad y a la actividad del Reichsbank.

El reparo más importante a este procedimiento es el de que algunas personas (deudores y acreedores) que esperan ventajas para sí del alza o de la baja de los precios podrían extender informes falsos; así por ejemplo, los terratenientes simularían una baja general para inducir al Estado a elevar, por medio de una crecida oferta de dinero, el nivel general de los precios, lo que se traduciría en un correspondiente descargo para los deudores.

De todos modos, no es tan grande el peligro, pues, cada cual sabe cuán insignificante es la influencia de su declaración en el resultado total. Si por ejemplo un terrateniente fingiera una pérdida de 1.000 Rm. en operaciones de 10.000 Rm., eso tendría para el movimiento total de Alemania que alcanza a 50 mil millones tan poca importancia como una gota en el mar.

Reprímase semejante infracción con pena, por delito de falsificación, y el aludido comprenderá que el riesgo que corre no está en relación alguna con la ventaja que espera.

Por otra parte, una información controla la otra. Si la mayoría de los campesinos declara un alza de los precios, una excepción cualquiera llamaría la atención y el falsificador tendría que aclarar su situación.

Como se ve, este procedimiento pasa por sobre la cuestión del valor; no le preocupa el titulado “valor”.

La mercancía se paga con mercancía, y sólo mercancías con sus propiedades corporales sirven para medida del dinero. No existe otra medida para la moneda. He entregado mercancías por dinero y quiero mercancías por él. Nada de trabajo, nada de sudor. De qué modo obtuvo el vendedor estas cosas, cuánto tiempo insumió en su fabricación; eso es asunto de él, y no mío.

A mí sólo me interesa el producto (3). De ahí que tampoco el salario convenga para medir el precio del dinero. Si bien este precio también lo determina íntegramente el producto del trabajo, y no el reloj de la fábrica, como sostiene Marx, no se identifica, empero, con tal producto, ya que éste experimenta deducciones en forma de intereses y renta territorial. El salario, sumado al interés del capital y a la renta territorial, forma, desde luego, el producto del trabajo, que, en su calidad de mercancía, proclamamos como medidor del precio de la moneda.

(1) La retroactividad de las oscilaciones de precios sobre las relaciones monetarias de los acreedores y deudores, de los rentistas y los trabajadores y la consecuencia de esta acción sobre la demanda y el precio de las distintas mercancías adquiridas por las diferentes clases sociales no se toman en consideración por carecer de importancia para la comprensión del asunto.

(2) Para comprobar las deficiencias observadas deberían los críticos de profesión proporcionar otro método mejor, pero se guardan bien de hacerlo porque sus proposiciones se aplicarían entonces al patrón oro, y esto entrañaría un peligro para su niño mimado. Por eso prefieren hablar de algo no demostrable y despiertan así en el público la creencia de que tal “cosa” es algo muy peligrosa.

60 (3) El trabajo debe ser netamente diferenciado del producto de trabajo. Como medida del precio de dinero el trabajo no es aplicable.

[goodbye]apocalipsis[/goodbye]

 

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