El Orden Económico Natural: ¿Por qué falla frente al dinero la llamada Teoría Cuantitativa Primitiva?

(1) La oferta y la demanda determinan el precio de las mercancías, y la oferta se rige por las existencias. Aumentan las existencias, crece también la oferta; bajan aquéllas, disminuye asimismo la oferta. Ambas se entrelazan, y en lugar de “oferta y demanda” podría decirse con el mismo derecho: “la existencia y la demanda determinan el precio”. Las premisas de la teoría cuantitiva resaltan aún mejor con esta definición.

La teoría cuantitiva que fué reconocida como acertada para todas las mercancías sin mayor limitación ha sido aplicada también al dinero y se dijo que el precio del dinero se determina por la existencia del mismo; sin embargo, la experiencia ha demostrado que la oferta del dinero no está tan supeditada a su existencia como lo presupone la teoría cuantitiva. Mientras las provisiones monetarias permanecen frecuentemente invariables la oferta de dinero está sujeta a bruscas oscilaciones. El tesoro de guerra de Spandau no fué ofrecido una sola vez en más de 40 años mientras que el dinero cambia anualmente de 10 a 50 veces de poseedor. Las arcas del dinero (Bancos, Cajas de Hierro, Colchones, Baúles) están unas veces repletas, otras vacías, y así sucede con la oferta de dinero que es hoy grande, mañana pequeña. Con frecuencia basta un simple rumor para que todo el numerario huya del mercado hacia los depósitos; a veces un telegrama, posiblemente apócrifo, influye para que la misma mano que la víspera cerró la cartera lance ahora su dinero al mercado.

En todo caso las condiciones del mercado son, para la oferta de dinero, de una importancia capital, y si de las mercancías dijimos que la existencia y la demanda determinan su precio, en cuestión de dinero lo determinarían “el ambiente y la demanda”. Cierto que las existencias monetarias no son indiferentes para la oferta de dinero, ya que aquéllas le ponen límites. Al fin y al cabo no se puede ofrecer más dinero del que existe. Pero en tanto que para mercancías en general el límite superior de la oferta (vale decir la existencia) es simultáneamente el límite inferior, de modo que oferta y existencia coinciden, el dinero generalmente no reconoce límite inferior, a no ser que se quiera tomar el cero por tal.

Donde hay confianza, hay dinero; si prevalece, en cambio, la desconfianza aquél desaparece.

Esta es una experiencia antiquísima.

Pero si la oferta de dinero, como lo prueba la citada antigua experiencia, no corresponde con regularidad y sin excepción a la existencia monetaria, entonces tampoco el precio del dinero depende de la existencia monetaria, y por ende, la aplicación de la teoría cuantitativa al dinero es inadmisible.

Pero si ella falla frente al dinero, tampoco es aplicable la teoría del costo de producción puesto que en la determinación del precio el costo de producción sólo puede ejercer una influencia mediata sobre la cantidad, es decir, sobre la existencia, y esta existencia, como hemos visto, no tiene carácter regular ni decisivo para la oferta de dinero. (2) Con las mercancías generalmente ocurre que cuando se reduce su costo de fabricación aumenta la producción. Con el incremento de la producción crece la existencia y la oferta, originando una baja de precio. Pero tratándose de metales preciosos, un aumento en su cantidad no significa un crecimiento inmediato de la oferta, y menos aún, que la existencia y la 109 oferta se correspondan siempre. He aquí la prueba: las reservas de plata de Washington, el tesoro de guerra de Spándau, los hallazgos diarios de monedas.

Ambas teorías, la cuantitiva primitiva y la del costo de producción, fracasan frente al dinero, y la causa de este fracaso ha de buscarse en las propiedades del metal noble que constituyen la materia prima de aquél. El tesoro de Spandau, sin estas propiedades del oro hace tiempo que se hubiera convertido en polvo y escombros, y la política de la plata por parte de los Estados Unidos tampoco habría sido factible sin las propiedades de ese metal. Si el oro, al igual que las mercancías estuviera expuesto a la destrucción, la oferta de dinero correspondería siempre exactamente a la existencia monetaria; ni el optimismo ni el pesimismo repecutirían sobre tal oferta. En paz o en guerra, reine la prosperidad o la depresión comercial, siempre se ofrecería el dinero; nunca podría retirarse del mercado. Hasta habría ofertas de él cuando su colocación reportara una pérdida segura; como en el caso de patatas, su ofrecimiento es independiente de la ganancia que perciba o no el dueño. En una palabra, la existencia y la demanda determinarían, como en las mercancías, el precio del dinero.

El precio de una mercancía que, como el tesoro de Spandau o las reservas de plata en Washington, puede conservarse durante decenios en húmedos encierros subterráneos sin el menor desmedro y cuya oferta no obedece a una fuerza intrínseca sino a la voluntad humana solamente, está libre de toda atadura. El preció de esa mercancía no reconoce ley económica alguna; para ella no existe ni la teoría cuantitativa ni la teoría del costo de producción: su oferta se rige únicamente por el beneficio.

Semejante dinero, como bien dijo Lasalle, es capital desde su origen, vale decir, que será ofrecido sólo y cuando devenga interés (plusvalía). ¡Sin interés no hay dinero! La eliminación de las fallas aquí reveladas de nuestro dinero exige una reforma fundamental (véase el segundo tomo de este libro) que debe llevarse a cabo no obstante la fuerte resistencia de las clases poderosas, para la cual se requiere una tenacidad inquebrantable.

Para promover el esfuerzo no bastará, posiblemente, la crítica que precede. De ahí que transcriba también una conferencia que he pronunciado en Berna el 28 de Abril de 1916.

(1) Nueva literatura sobre la teoría cuantitativa: Irving Fisher. El poder adquisitivo de la moneda. Th. Christen, La teoría cuantitativa. El sistema monetario absoluto.

(2) Georg Wiebe: Contribución a la historia de la revolución de los precios de los siglos XVI, XVII, p. 318: El mero incremento de las existencias monetarias no puede por sí producir un alza de precios; el dinero afluido debe originar también en el mercado la correspondiente demanda. Esta es la primera restricción que ha de oponerse a aquella teoría.

Hume: El dinero no ofrecido produce sobre los precios el mismo efecto como si hubiera sido destruido.

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