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El surgimiento de la Primera Internacional fue el producto de la situación económica del capitalismo a mediados del siglo XIX y de la necesidad del joven proletariado europeo, fundamentalmente en Inglaterra, pero seguidamente en Francia y en el resto de Europa, de mejorar sus condiciones de existencia.
?¡Proletarios de todos los países, uníos!
En septiembre de 1864 se celebró el histórico mitin de Saint-Martins Hall de Londres que dio origen a la constitución de la Primera Internacional. La magna reunión decidió a su vez la organización de secciones europeas bajo la dirección de un Comité Central y un Comité Provisional que tendría como tarea redactar los Estatutos de la nueva Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). Marx jugó un papel destacado en su elaboración y en todas las discusiones del Comité, formado por 50 miembros (21 ingleses, 10 alemanes, 9 franceses, 6 italianos, 2 polacos y 2 suizos).
La experiencia adquirida por el movimiento obrero en las décadas anteriores hizo que esta reunión se convirtiese en una denuncia implacable del sistema capitalista. Asimismo, el discurso inaugural tampoco dejaba de lado que incluso en los años más reaccionarios, tras las derrotas revolucionarias de 1848[1] y a pesar de la represión, la clase obrera consiguió importantes conquistas gracias a la lucha, como la jornada de trabajo de diez horas y el establecimiento de algunas fábricas cooperativas, que probaban en la práctica que los trabajadores podían prescindir de los capitalistas en la organización de la producción. En todo este periodo de formación inicial, Marx insistió en la tarea más importante de todas: los obreros, señalaba Marx, “poseen un elemento para su éxito, su número. Pero el número pesa en la balanza sólo cuando está unido en una organización y dirigido hacia un fin consciente.” Quería así alertar de que las organizaciones sindicales, centradas fundamentalmente en la lucha económica, no podían resolver el problema decisivo de la explotación capitalista. “La emancipación de los trabajadores fábrica a fábrica es inviable”, reconocía Marx. Para ello era imprescindible la actuación en política, y el derrocamiento de la clase dominante a través de la acción revolucionaria e internacional de los trabajadores, tal como los fundadores del socialismo científico habían escrito en la década de los cuarenta de aquel siglo. Por eso en su discurso final al mitin, Marx pronunció el grito de guerra de El Manifiesto Comunista: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”.
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Los comienzos, siempre difíciles
Los inicios de la Primera Internacional estuvieron marcados por dificultades, sobre todo en dos aspectos: la debilidad numérica y una situación poco madura en el terreno ideológico. En cuanto a lo segundo Marx le escribió a Engels intentando explicar las diferencias de forma entre el Manifiesto Inaugural de la Primera Internacional y El Manifiesto Comunista: “hace falta tiempo, antes de que el movimiento revivido nos permita utilizar el viejo lenguaje audaz. La necesidad del momento es: osadía en el contenido, pero moderación en la forma”. No obstante, Marx tenía enorme confianza en un rápido desarrollo de la conciencia de clase del proletariado y pocos años después comprobaría que no se equivocaba.
En cuanto a la cuestión numérica, la sección más importante era la inglesa que integraba a 17 sociedades obreras en representación de 25.000 obreros, y eso a pesar de que el London Trades Council, que jugó un importante papel en la creación de la AIT, rehusara en 1866 afiliarse a la Internacional. Según datos de la AIT, la sección francesa, fundada en París, agrupaba a 200 militantes en 1865 y 600 en 1866. Bélgica, el segundo país más industrializado de la época, sólo contaba con una sección en Bruselas. No había sección como tal ni en España ni en Italia en los primeros años y en Alemania también se registraba una presencia escasa[2].
El impulso (1867-1870)
No será hasta 1867, a raíz de la grave crisis económica que vivió Europa, cuando un poderoso movimiento de huelgas y movilizaciones se extiendan por todo el continente y la situación de lento crecimiento de los años precedentes se vuelva en su contrario: en 1869 y 1870 la sección francesa de la Internacional cuenta ya con varias decenas de miles de afiliados; algunos le atribuyen entre cien mil y doscientos mil [3]. Algo similar sucede en Bélgica, donde la Internacional desarrolla un crecimiento exponencial en muy poco tiempo. Es también a partir de 1869 cuando se extiende hacia zonas donde no tenía presencia: en España adquiere un desarrollo rápido. También en Italia se implantará y en Alemania habrá enormes avances. Incluso las Trade-Unions inglesas, en su Congreso celebrado en Birmingham, recomiendan a las Uniones que se integren en la AIT. Posteriormente se extiende hasta los EEUU y cuenta con adherentes individuales en algunos países latinoamericanos (casi todos obreros europeos exiliados o migrantes), como Argentina, México o Uruguay. Los gobiernos burgueses de la época responsabilizan a la Internacional de todas las huelgas y movilizaciones, y en algunos países comienza una persecución contra sus cuadros y militantes.
La lucha por la defensa del marxismo en la Primera Internacional
Marx era el principal teórico y dirigente de la Internacional desde sus inicios. No obstante, tuvo que enfrentarse a las diferentes corrientes y grupos que en el seno de la misma trataban de hacer valer sus postulados. En una carta a Friedrich Bolte, fechada el 23 de noviembre de 1871, Marx admite: “La historia de la Internacional también ha sido una lucha continua del Consejo General contra las sectas y los experimentos de dilatantes que tendían a echar raíces en la Internacional contra el verdadero movimiento de la clase obrera. Esta lucha se ha librado en los congresos y, mucho más aún, en las reuniones especiales del Consejo General con las distintas secciones”[4].
Una de estas batallas se libró con los proudhonianos, pioneros de la tendencia anarquista pequeñoburguesa, que hasta 1868 mantuvieron un amplio control en la sección francesa [5]. Pero la lucha política más encarnizada que entabló Marx fue contra la corriente “moderna” del anarquismo “antiestatal”, encabezada por el revolucionario ruso Bakunin. A partir de 1869 el bakuninismo cosechó rápidos avances en el seno de la organización, sobre todo en países como Italia, España, Suiza y Rusia, con un débil desarrollo industrial y una amplia base campesina y artesanal.[6]
Entre las principales divergencias entre marxistas y anarquistas destacaban la separación artificial que hacían los segundos entre la lucha económica y la lucha política, el rechazo anarquista a la acción de masas y la organización política de los trabajadores, y su oposición a la necesidad de establecer un Estado obrero de transición al socialismo, una vez que los trabajadores hubieran conquistado el poder político.[7] En definitiva, la política y las tácticas del bakuninismo, basadas en la conspiración y la acción individual, reflejaban las aspiraciones de clases que habían quedado marginadas con el ascenso de la producción capitalista. Por su parte, el marxismo se convirtió en la ideología revolucionaria de la clase históricamente en ascenso: el proletariado.
La Comuna de París
El 18 de marzo de 1871 estalló una insurrección que pasaría a la historia como la Comuna de París. Fue la última de las revoluciones del siglo XIX, pero la primera que tuvo un inconfundible carácter proletario y acabó temporalmente con el dominio de la burguesía. La Internacional jugó en ella un papel importante, pese a que estaba tremendamente debilitada por la persecución desatada por parte de los gobiernos europeos y la guerra franco-prusiana. En el Consejo General de la Internacional el 30 de mayo de 1871 Marx explica: “la Comuna era esencialmente un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo” [8]. Y en efecto, la Comuna suprimió el ejército permanente y la policía, sustituyéndolos por el pueblo en armas; reemplazó a los burócratas de carrera por funcionarios electos directamente por la población y revocables en todo momento; acabó con el poder de la Iglesia… La teoría marxista del Estado, contemplada por Marx en El Manifiesto Comunista y ampliada después de dos décadas de lucha de clases, se completó finalmente: La Comuna de Paris demostró que no basta con apropiarse de la maquinaria estatal de la burguesía, es necesario destruirla sustituyéndola por un Estado obrero de transición.
La Comuna quedó aislada del resto de Francia y fue sangrientamente derrotada por la acción combinada de los ejércitos prusianos y los versalleses comandados por Thiers. Pero su derrota no fue en vano. Demostró algo importante que Marx explicó así: “El hecho sin precedentes de que en la guerra más tremenda de los tiempos modernos (9) el ejército vencedor y el vencido confraternicen en la matanza común del proletariado (…). La dominación de clase ya no se puede disfrazar bajo el uniforme nacional; todos los gobiernos nacionales son uno solo contra el proletariado”[10].
Conclusiones
Sin obviar todas las dificultades iniciales y debilidades que tuvo la Primera Internacional, cuyo Consejo General será disuelto el 15 de julio de 1876 en Filadelfia (EEUU), en su haber se contabilizan logros maravillosos: la organización de las primeras manifestaciones y movilizaciones obreras de masas celebradas bajo la bandera del internacionalismo, el papel tan importante que jugó en la extensión del movimiento sindical, que consiguió grandes victorias, por toda Europa, y conseguir vincular la lucha sindical con la lucha política, ofreciendo las ideas y métodos del marxismo a centenares de miles de obreros.
En 1878, Marx afirmó que pese a que la Primera Internacional fue disuelta, ésta no había fracasado, sino que “se ha desarrollado de un nivel a otro más alto (…). Durante el curso de este constante desarrollo experimentará muchos cambios antes de que el último capítulo de su historia pueda ser escrito” [11]. Marx nunca pudo verlo, pero no se equivocó: sin el enorme legado de la Primera Internacional nada de lo que ocurrió después hubiese sido igual.
Septiembre 2008
NOTAS
1. Sobre esto, leer el artículo Las revoluciones de 1848: el esperado preludio de la revolución proletaria. Rob Sewell, Londres, junio de 2008.
2. Las internacionales obreras. Kriegel, A. Ed Martínez Roca, Barcelona 1968, pp. 20-21.
3. Ibídem, p. 24.
4. Carta a F. Bolte. Correspondencia Seleccionada. Se puede acceder a una versión completa de la misma en: http://www.ucm.es/info/bas/es/marxeng/car-tas/oe2/mrxoe233.htm
5. Básicamente, Proudhon y sus seguidores no cuestionaban la propiedad privada de los medios de producción, ni el funcionamiento del mercado capitalista; eran partidarios de la pequeña propiedad y de las reformas “progresistas” que acabaran con las injusticias sociales más sangrantes; así mismo se mostraban hostiles a las huelgas, revoluciones y los métodos de lucha de la clase obrera en general. Constituían una fracción pequeñoburguesa y, en palabras de Marx, permanecieron siempre al margen del “movimiento real de la clase”.
6. La influencia anarquista entre la clase trabajadora y el campesinado de Rusia se mantuvo hasta principios del siglo XX, cuando, a pesar del heroísmo de una generación de revolucionarios, los métodos del terrorismo individual practicados por los narodnikis demostraron su impotencia para derrocar el régimen del zarismo; en el caso Europa meridional y, especialmente en el Estado español, la base de masas de anarquismo se prolongó hasta los años treinta, pero de nuevo fracasó como alternativa revolucionaria frente al estalinismo y el reformismo socialdemócrata.
7. Las divergencias del marxismo con el anarquismo, ampliamente documentadas, mostraban una concepción diametralmente opuesta sobre cómo organizar la sociedad sin clases y derrocar el capital. Mientras que para los anarquistas es suficiente con una confederación de pequeñas unidades de productores organizados localmente para sustituir el capitalismo, el marxismo defiende la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y de cambio por la propiedad colectiva de la clase obrera de los mismos. Mientras el anarquismo exige el derecho de cada unidad productiva a guiarse según sus intereses, el marxismo defiende la administración y el control democrático de la clase obrera sobre la economía, la política y la cultura.
8. La Guerra Civil en Francia, Marx, C. Fundación Federico Engels, Madrid 2003, p. 71. El mejor estudio político de la Comuna de París.
9. Se refiere a la guerra franco-alemana, que estalló el 15 de julio de 1870, poco antes de la Comuna.
10. La Guerra Civil en Francia, p. 95.
11. La Primera Internacional.