“Para que un proyecto de poder sea grande, hay que enfrentarse a un enemigo que sea grande”, rezan los manuales básicos de la acción política y militar. Parece que a Chávez se le perdió alguna hoja por el camino.
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Por Manuel Freytas
En la guerra -según los principios desde Sun Tzu a Clausewitz – el primer paso es la elección y la identificación del enemigo.
La estatura del enemigo, define al contrincante: Si peleo con un ratón, estoy a su altura, y si combato con un león también estoy a su altura.
Definir un perfil de enemigo, identificar sus estrategias, sus fortalezas y debilidades, potencia los propios movimientos de ataque y defensa y permite valorar la propia fortaleza.
“Si conozco a mi enemigo soy fuerte, y si elijo a un enemigo grande, mi triunfo será grande”, es el axioma probado por la historia.
Cuando el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se peleaba con el presidente de EEUU, George W Bush, peleaba contra el león imperial.
Cuando Chávez definía el perfil de Bush llamándolo “borracho asesino”, “Mister Danger”, “demonio”, o lo definía como un muerto con “olor a azufre”, el líder bolivariano estaba precisando en la figura del presidente USA los puntos débiles de un Imperio en decadencia.
Cuando Chávez definía (casi como una consigna) al “Imperio yanqui” y al “capitalismo inhumano” como el principal enemigo a derrotar, fijaba (auque sólo fuera a escala mediática) un proyecto y un liderazgo internacional con identidad propia diferenciado del sistema dominante.
La imagen internacional de Chávez crecía, se potenciaba, polarizaba, sorprendía, ganaba adeptos, juntaba a sus enemigos, entretenía a las masas como un showman, cosechaba el más alto rating y el más alto centimetraje de prensa mundial, y lograba lo que ningún líder consiguió: Lanzar contrainformación masiva contra el Imperio capitalista desde la propia estructura mediática del sistema capitalista.
El ciclo se completó cuándo Chávez denunció los genocidios de Israel en Líbano y Gaza, y se ganó la voluntad y la admiración de las mayorías del mundo árabe e islámico.
Desde el punto de vista de la comunicación estratégica, Chávez era grande (polarizaba por si o por no) porque su enemigo identificado era grande.
Desde el punto de vista de la guerra comunicacional contra el Imperio (la Guerra de Cuarta Generación) no importaba si Chávez estaba haciendo o no una revolución en tiempo real en Venezuela.
Chávez -por su correcta definición del enemigo- simbolizaba el verbo, el mensaje revolucionario, contra un enemigo y un proyecto (el Imperio capitalista) identificado a escala global.
Se podía discutir si Chávez era un “teórico” o un “hacedor” de revolución, pero no se podía discutir la precisión conceptual del punto de partida de su estrategia de combate: La correcta identificación del enemigo.
Aunque sólo fuera por el tiempo que duraran las exposiciones de Chávez en las grandes cadenas mediáticas, las mayorías mundiales (adormecidas por las tácticas psicológicas de dominio con el “mundo único”) accedían a un “contramensaje” y descubrían la posibilidad de “otro mundo fuera del capitalismo”.
El mensaje antiimperialista y anticapitalista de Chávez sacaba la contrainformación revolucionaria del espacio acotado de los medios alternativos de Internet y la depositaba -aunque sólo fuese por unos minutos- en el cerebro de las mayorías alienadas por la manipulación del capitalismo consumista impuesto a escala mundial.
Chávez -desde la comunicación revolucionaria estratégica- era grande porque peleaba contra un enemigo grande.
Hasta que un día, como a Sansón, a Chávez le cortaron (o se cortó) el pelo y comenzó a perder la fuerza.
Sorpresivamente, en la Cumbre de Río, en marzo de 2008, Chávez le dio la mano y “selló la paz” con el presidente de Colombia, el “cachorro” Álvaro Uribe, el símbolo de presidente sumiso al imperio norteamericano más emblemático de América Latina.
Posteriormente el presidente de Venezuela sorprendió al mundo y “dejó sin aire” a sus militantes y a sus seguidores planetarios cuando pidió a las FARC que liberaran a los secuestrados y que abandonaran la lucha armada a cambio de nada.
Finalmente, y a modo de factor desencadenante, la imagen antiimperialista y revolucionaria de Chávez se terminó de desmoronar cuando, en abril de este año, en la Cumbre de las Américas, estrechó la mano del nuevo presidente imperial, Barack Obama, y depositó su confianza en el “cambio democrático” de EEUU.
De esta manera (y posiblemente argumentando una “actitud pragmática”), Chávez, desde el punto de vista de la guerra contrainformacional, se quedó sin enemigo estratégico.
Los iconos de las imágenes que surcaron el planeta fueron demoledores: Chávez, sin ningún combate, le dio la mano al enemigo, declaró una paz unilateral, y se quedó (a nivel de la comunicación estratégica) sin identidad ni proyecto propio.
El presidente de Venezuela, pareció olvidar un principio axiomático de la guerra: Con el enemigo se lucha, se negocia acuerdos transitorios como táctica de supervivencia o de fortalecimiento, pero nunca se hace la paz y se abandona el campo de batalla a cambio de nada.
Eso fue lo que quiso decir el Comandante Fidel Castro cuando criticó (en soledad) las concesiones y los excesivos elogios a cambio de nada prodigados al presidente imperial durante la Cumbre de las Américas.
Por otra parte, y como ya está documentado en la información internacional, en sus casi cuatro meses de gestión la administración de Barack Obama ha demostrado ser -en todas las áreas- una fiel continuidad de las políticas imperiales de George W. Bush.
De pronto, y sin la precisión de un enemigo estratégico claro y aglutinador (el Imperio y su presidente de turno), los mensajes de Chávez fueron perdiendo contundencia y efectividad masiva.
Su figura y su voz perdieron la potencia de otrora, y el presidente (sin el control del centro estratégico de la batalla) comenzó gradualmente a perderse en “escaramuzas de orden menor” con sus enemigos internos de la oposición y de los medios de comunicación venezolanos.
En otras palabras, Chávez (desde que hizo la “paz” con Obama) ya no pelea una guerra estratégica contra el Imperio, sino que pelea batallas acotadas contra los empleados del Imperio. Chávez, que antes peleaba con leones, ahora desgasta y devalúa su imagen internacional peleando con ratones.
Un ejemplo claro es su polémica con el escritor gusano y provocador mediático enviado por Washington, Mario Vargas Llosa, al que Chávez confirió identidad de “enemigo estratégico” al invitarlo a un “debate” y luego desistir argumentado su investidura de “presidente y de militar”.
Rápidas de reflejo, las usinas mediáticas imperialistas, desde Nueva York a Miami, proclamaron la “gran victoria” de Vargas Llosa sobre Chávez en una clara operación psicológica para nivelar al escritor gusano de novelas con el presidente de Venezuela.
“Cuándo un león confiere identidad de enemigo a un ratón, se convierte él mismo en un ratón”, es el principio que rige la estrategia de nivelación hacia abajo que las cadenas mediáticas internacionales practicaron con Chávez en su polémica con Vargas Llosa.
Y algo que el presidente venezolano y sus asesores deberían registrar: Cuando los ratones se pelean el león duerme la siesta.
Y “Mister Danger”, jubilado, debe estar sonriendo en paz.
[goodbye]apocalipsis[/goodbye]