La nueva estrategia se presenta clara: Chávez dejó de combatir (en el discurso) al “Imperio” y resolvió jugar al ajedrez en la interna regional integrado como uno más del tablero de presidentes “democráticos” de Washington. Los tiempos del “anticapitalismo imperial” y del Bush “Mister Danger” ya pasaron, y la nueva estrategia busca acomodar fichas y tejer poder regional tratando de ubicarse en el “ala izquierda políticamente correcta” del dispositivo del poder imperial en América Latina. Pero algo falló camino del foro.
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Por Manuel Freytas
“Si no puedes con tu enemigo únete a él”, seguramente le sopló en el oído alguno de sus asesores.
Y para ese objetivo, nada mejor que apostar por Obama y los demócratas, esto es, en vez de combatir al Imperio desde afuera, combatir al “ala derecha militarista” (autora del golpe bananero en Honduras) situandose dentro de la línea “progresista” de la actual administración estadounidense.
Esto explica porqué Caracas ya no hace marketing mediático atacando al Imperio y a su presidente, sino que concentra sus cañones en la expresión más “fascista” del Imperio norteamericano, simbolizada en la línea ultraconservadora del Pentágono que dio el golpe de mano en Honduras.
“Obama es un prisionero del Imperio”, dijo Chávez, acomodando la palabra Imperio a los golpistas de Michelettii sostenidos por el Comando Sur y los ultraconservadores del poder republicano en Washington.
Dividir para reinar: Chávez ya no apunta a un Imperio en bloque, sino que juega a la contradicción desatada entre demócratas y republicanos con el golpe hondureño para filtrarse como una cuña latinoamericana en la interna de Washington.
Pero hay un dato que le juega en contra: Cuando Chávez aparece en el firmamento consigue aglutinar en contra suya a demócratas y republicanos. A Chávez, en Washington se lo tolera pero no se lo digiere.
Wall Street (Obama) hace negocios con Chávez, pero el Pentágono (Cheney-republicanos) y el Complejo Militar Industrial no hacen (ni quieren) hacer negocios con Chávez.
Chávez es un símbolo contradictorio: Si bien, por un lado, le sirve al departamento de Estado y al Pentágono para presentar un “enemigo de paja” en América Latina (el “peligro comunista”, el “peligro terrorista” el “peligro dictatorial”, etc) que lo utiliza para conseguir aliados y votos en la OEA, por otro, Chávez, en su intento de acumular poder personal con la izquierda se convierte en “intolerable” para los sectores más gusanos y conservadores de Washington.
Ese es un detalle clave, el hilo conductor de la trama, a tener en cuenta para entender la dinámica y la lógica del desarrollo del golpe hondureño con Chávez (convertido en defensor a ultranza del “sistema democrático” made in USA) como uno de los protagonistas principales.
La operación “caballo de Troya”[/h3]
Tras el golpe bananero del Pentágono, Chávez, utilizando al vaquero hondureño Manuel Zelaya, intentó armar su propia operación “caballo de Troya” en la OEA.
El presidente y sus acólitos más fieles del ALBA (Correa, Ortega y Morales) quisieron utilizar la estrategia de la “defensa irrestricta del sistema democrático” para reinstalar a su nuevo (y novedoso aliado) como un triunfador en Honduras.
El plan aparecía viable: Tomar el estandarte de la “democracia” made in USA, ser más “democrático” que EEUU y la UE, montarse en la ola “antigolpista” mundial, liderar regionalmente las “condenas” al derrocamiento de Zelaya, y presionar con la OEA una “rendición incondicional” de los golpistas (léase el Pentágono) en Honduras, con Caracas convertida en el comando central de operaciones.
Detrás de escena, casi sin exposición mediática, Chávez, el titiritero de Zelaya, aparecería finalmente como el general que ganó la batalla “reinstalando la democracia” en Honduras.
El objetivo también aparecía claro: Motorizar más influencia regional del bloque del ALBA, liderar la OEA y ganar más aliados sin romper con las reglas de juego establecidas por el Imperio USA-UE en América Latina.
Algo así, como imponer una “hegemonía de izquierda” en el cuadro regional de los países (mayoritariamente “neoliberales”) alineados como gerencias de enclave en el patio trasero de Washington, y “mejicanearle el botín” a EEUU, el dueño del circo “democrático”.
Demasiado lineal, para que Washington, el dueño de la OEA y del patio trasero, le dejara a Chávez hacer su movida sin cobrarle el derecho de piso y tratar de darle una lección.
Lanzada la operación (y por falta de experiencia) Chávez y su comando central parece que ignoraron tres “detalles”:
A) Los yanquis son los últimos que se toman en serio la “democracia” que venden al mundo para controlar países y conquistar mercados sin armas.
B) Honduras no es país, sino una base militar de EEUU con población incluida adentro.
C) Más allá del ALBA, el resto de los presidentes latinoamericanos hacen marketing electoral “anti-EEUU” con Chávez, pero a la hora de ejecutar políticas reales o votar en la OEA fichan para Washington.
Este error de apreciación inicial, determinó la dinámica y el doble fracaso del “contragolpe democrático” que ejecutó Chávez con Zelaya en respuesta al “golpe militar” con Micheletti.
El fracaso de la “operación retorno”[/h3]
La primera movida equivocada consistió en tomar el discurso de Obama como si fuera lo que en realidad hace Obama.
El sucesor de Bush hizo lo que hace siempre: Hablar con la “democracia” y ejecutar con el Pentágono.
Obama lideró en los primeros tramos la “condena al golpe” sumando a la Unión Europea, pero cuando le avisaron que Honduras era una base terrestre del Pentágono, dio un viraje de timón y se puso donde tenía que estar: Del lado del Pentágono y de su títere golpista Micheletti.
Abrumado por las presiones de los republicanos conservadores en el Congreso y en Washington, Obama (y con él la Unión Europea) hizo mutis por el foro. Y EEUU (no obstante “condenar” el golpe) mantuvo a su embajador en Tegucigalpa, no cortó la ayuda económica ni decretó un bloqueo contra Honduras.
Esta señal, determinó, a su vez, el destino de la “operación retorno” en la OEA.
Tras el golpe, la OEA se reunió y aprobó por unanimidad una intimación al gobierno para que restituyera el “proceso democrático” en Honduras.
Pero la “restitución del proceso democrático” tenía una lectura para el bloque de Chávez, y otra para el resto de los presidentes latinoamericanos.
Chávez y el ALBA, entendieron que restituir la “democracia”, era restituir a Zelaya en el gobierno sin ningún tipo de negociación ni “salida consensuada” con los golpistas, los que deberían ser juzgados y castigados.
Chávez y los suyos daban por sentado que -con EEUU y la UE liderando las condenas- el resto de las gerencias latinoamericanas de Washington en la región se sumarían al proyecto de Caracas de reinstalar a Zelaya en Honduras sin más trámite.
El resto de los países, liderados por Brasil, Méjico, Colombia, y Chile, entendió que había que restituir al “proceso democrático” y a Zelaya en la presidencia, pero a través de una negociación previa con el gobierno de facto de Micheletti orientada a convenir un adelantamiento de las elecciones presidenciales, en las cuales el presidente derrocado no se presentara como candidato.
En bloque, los países de la región -a excepción del ALBA- se unieron a la propuesta negociadora sostenida por Washington y la Unión Europea de “restaurar el proceso democrático” con Zelaya cumpliendo el mandato restante de seis meses y sin presentarse como candidato (la chispa que encendió el golpe).
Esta situación invalidó la estrategia de Chávez de jugar a la división de la OEA y “pescar en río revuelto”.
Solo y aislado en su propuesta, después de fracasar la operación de intimación de la OEA a los golpistas, el ALBA de Chávez decidió el fin de semana “cortarse solo” en una operación (más que nada montada como campaña de presión psicológica) con Zelaya intentando aterrizar en Honduras solamente acompañado de un representante de la OEA.
El gobierno golpista cerró el espacio aéreo, bloqueó la pista del aeropuerto, reprimió con dureza matando a un seguidor de Zelaya, y el presidente tuvo que regresar con las manos vacías, pero con un margen de ganancia (a explotar) que le otorgaba la represión sangrienta desatada por el gobierno golpista.
Sin Chávez, sin Morales ni Ortega, perdedores por un lado, y “potenciales ganadores” por otro, Zelaya, acompañado de Cristina Kirchner, Rafael Correa y Fernando Lugo, intentaron retomar el centro de atención internacional montando una conferencia de prensa en El Salvador donde el presidente depuesto llamó a “parar la represión criminal” en Honduras.
La operación casi en solitario del bloque chavista, tuvo como principal objetivo provocar (con el “desafío” de Zelaya a los golpistas) una rebelión interna contra el gobierno usurpador y conseguir “mártires” de la represión golpista.
Esta vez el culebrón fue protagonizado en forma exclusiva por Chávez, reciclado dentro de un bajo perfil, pero ya se proyecta un nuevo capítulo escrito y actuado por Washington y el resto de los presidentes regionales.
Este capítulo tiene un axioma de máxima: Acuerdo consensuado entre Zelaya y los golpistas para detener el “derramamiento de sangre” y adelantar las elecciones.
Esa es la única lógica posible que imaginan los republicanos y demócratas “moderados” en Washington para que Zelaya vuelva a pisar territorio hondureño.
Y en ese marco, hay poco futuro para la estrategia de Chávez.
[goodbye]apocalipsis[/goodbye]