Una invasión militar de Irán por vía terrestre para derrocar al régimen de los ayatolas (el verdadero objetivo de Washington), le costaría a EEUU e Israel bajas humanas y pérdidas militares imposibles de mensurar. Esta realidad es la que guía (y guió) el diseño de planes estratégicos orientados a desestabilizar Irán por medio de una guerra civil, y a generar consenso a eventuales operaciones militares aéreas contra instalaciones nucleares y militares de Teherán. Esa es la lógica que conduce a la actual operación “caballo de Troya” con los reformistas.
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Por [url=http://www.iarnoticias.com/]Manuel Freytas
Si el eje Washington-Tel Aviv decidiera invadir militarmente por tierra a Irán posiblemente el infierno de Irak o de Afganistán, o la ratonera del Líbano en 2006, lucirían como paseos turísticos comparados con lo que les depararía a sus tropas el gigante islámico de Medio Oriente.
Irán cuenta con un territorio cuatro veces mayor, y tiene un equivalente a casi tres veces la población de Irak.
Al mismo tiempo, el terreno de Irán es mucho más montañoso que el de Irak, y conforma el teatro ideal para la guerra de guerrillas, en la cual están entrenados alrededor de 500.000 mujaidines voluntarios preparados para ser movilizados en cualquier momento.
Para comparar, basta citar el ejemplo de Líbano en 2006, donde 30.000 soldados israelíes, con tanques, baterías de artillería, helicópteros artillados, cobertura aérea con misiles, bombas “inteligentes” y fuego naval, no pudieron doblegar a los 5.000 combatientes de Hezbolá entrenados por Irán y Siria.
En términos convencionales, las Fuerzas Armadas iraníes son las más numerosas y poderosas del Medio Oriente: cuentan con 1.000.000 de efectivos distribuidos entre el Ejército de Tierra, la Fuerza Aérea, la Marina y el Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI).
La doctrina y la estrategia de Defensa militar iraní, prevé la movilización, en caso de necesidad, de un “Ejército islámico” de 20 millones de personas sobre un total de más de 70 millones de habitantes.
Tanto hombres como mujeres, de 12 a 60 años, reciben preparación militar en las filas de las milicias populares, y en caso de guerra podrían ser incorporados a las fuerzas armadas regulares.
El Cuerpo de los Guardianes de la Revolución, considerado como el “ejército ideológico” del régimen, representa ?un ejército dentro del ejército? ya que cuenta, además de sus fuerzas terrestres, con Fuerza Aérea y Marina propias, además de la policía y del resto de las fuerzas de seguridad bajo su control.
Además, los Guardianes de la Revolución cuentan con el “Kode”, un cuerpo de elite de 15.000 hombres cuya misión es organizar operaciones especiales en la retaguardia enemiga.
La Guardia Revolucionaria tiene bajo su mando a las milicias voluntarias (mujaidines), que cuentan con unidades de combate y un sistema de movilización permanente en todas las localidades.
Además de su excelente preparación militar, los soldados y mujaidines iraníes están mentalizados en una sólida formación “religiosa-doctrinaria” imbuida en los valores y preceptos del Islam, que los torna inmunes a operaciones de guerra psicológica convencionales (como ya se demostró con Hezbolá en Líbano).
Este escenario preliminar, referenciado por el poder militar y la capacidad de defensa de Irán, fue lo que determinó que el Pentágono, en la época de la dupla Cheney-Rumsfeld (después de evaluar costos y beneficios) descartara una invasión terrestre al país de los ayatolas.
Caballos de Troya[/h3]
La realidad de un Irán inexpugnable por tierra, a su vez, determinó la necesidad de diseñar una estrategia de operación encubierta de infiltración en Irán con la finalidad de crear una división interna entre el poder teocrático y conservador de los ayatolas (que detenta el poder real y concentra todas las decisiones) y los sectores “reformistas” que se nuclear principalmente en la universidad, el Parlamento y medios de comunicación.
Después de la invasión de Irak, en el 2003, y luego de consolidar el control sobre los militares y las corporaciones de inteligencia tras el 11-S, el lobby sionista de la Casa Blanca y el Pentágono, cuyos jefes eran el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa, Donald Rumsfel, se dedicó a la preparación de acciones encubiertas para apuntalar eventuales planes de acción militar contra Irán.
Según señalaba por entonces el influyente columnista de New Yorker, Seymour M. Hersh, los estrategas del lobby neocon planeaban complementar los “ataques militares preventivos” contra Irán y Siria, con operaciones encubiertas de la CIA orientadas a fortificar a los grupos opositores internos enfrentados al régimen autocrático de Irán, al que la inteligencia norteamericana continúa señalando como protector principal de los grupos “terroristas” que desarrollan su accionar en Irak y Medio Oriente.
Mediante amenazas constantes y veladas de represalia militar, y acusando a los clérigos de cobijar al “terrorismo de Al Qaeda” en territorio iraní, la Casa Blanca y el Pentágono de Bush intentaron precipitar reacciones sociales masivas de los reformistas del presidente Jatamí contra el régimen teocrático del ayatolah Jamenei.
Intentaban poner una cuña de enfrentamiento armado entre “reformistas” y “fundamentalistas”, con la finalidad de debilitar al régimen iraní y conseguir consenso social y político para un ataque militar a las instalaciones militares y nucleares estratégicas de Irán.
Su objetivo principal estaba dirigido a conseguir que fueran los propios sectores “reformistas” iraníes los que se enfrentaran a los ayatolas “protectores de terroristas”, para promover un “golpe democrático” interno, o una “revolución reformista”, que sirviera de columna vertebral para derrocar al régimen teocrático instalado con la revolución islámica de Komeini en 1979.
La operación respondía a un diseño general estratégico orientado a armar “caballos de Troya” en el mundo árabe y musulmán, usando como pretexto el combate “democrático” contra el “terrorismo” y las “dictaduras”.
No se trataba de otra cosa (y como fue plasmado en el discurso de la segunda asunción de Bush) que de la complementación de la “guerra contra el terrorismo” con el combate contra las “tiranías” mediante “procesos democráticos” instaurados en todo el tablero del mundo árabe y musulmán.
La primera experiencia en 2003[/h3]
La primera fase del plan para dividir Irán, tuvo una operación inicial de alto impacto en junio de 2003 , cuando durante seis noches consecutivas, miles de estudiantes y militantes del reformismo se lanzaron a las calles a protestar y a pedir “la horca” para el jefe espiritual de Irán, el ayatolah Jamenei, y fueron duramente reprimidos por las milicias y las fuerzas de elite del régimen teocrático que mantiene un férreo control sobre la policía y las fuerzas armadas.
El gobierno y los servicios de inteligencia iraníes señalaban por entonces que la CIA infiltró estos movimientos con la intención de crear un “clima preparatorio” de agitación social, y desde ahí avanzar con cuadros entrenados a un enfrentamiento armado abierto en las calles en un estado de virtual guerra civil.
Desarrollando la misma lógica y metodología que utilizaron contra Saddam Hussein antes de la invasión a Irak, se intentaba crear un clima de revuelta contra el poder teocrático de los clérigos con la finalidad de debilitarlo, y consolidar una alianza con los reformistas que les otorgase consenso social y político para un ataque militar ya planificado por el Pentágono, señalaban por entonces analistas del mundo árabe.
Los halcones neocon del Pentágono creían que una fuerte presión social sobre el régimen iraní podría desatar una revuelta interna contra el gobierno islámico de Teherán, de la misma manera que predecían que Saddam iba a ser eliminado por una sublevación interna antes de la guerra.
Mientras se desarrollaba el plan desestabilizador en Teherán, en junio de 2003, George W. Bush decía sugestivamente por cadena nacional que las manifestaciones en Irán “son una señal “positiva” y “el comienzo de la expresión popular por un Irán más libre”.
Durante la primera experiencia subversiva de laboratorio para desestabilizar Irán, y mientras crecía la violencia en las calles de Teherán, el ayatola Alí Jamenei advirtió a los manifestantes que si no desistían tendrían que enfrentar las consecuencias represivas más duras, recibiendo como respuesta un incremento de los disturbios.
Finalmente, el régimen iraní lanzó sobre los bastiones golpistas una feroz operación represiva combinada de milicias, policías y fuerzas especiales que culminó con un baño de sangre y la muerte de centenares de estudiantes y militantes que -según los “reformistas”- las estadísticas oficiales ocultaron celosamente.
La experiencia bis[/h3]
Tras los comicios del 12 de junio de 2009 que consagraron la reelección de Ahmadineyad por el 63% de los votos (y a 6 años de la primera experiencia desestabilizadora con Bush), nuevamente la chispa de la subversión interna fue lanzada a través del candidato reformista derrotado, Musavi, bajo consignas de acusaciones de fraude.
Ya no se pedía la “horca” para el ayatola Jamenei como en 2003, sino que se exigía la anulación de las elecciones y la renuncia del “dictador” Ahmadineyad.
“¿La historia se repite? Washington ha renunciado (por ahora) a atacar militarmente a Irán y trata de disuadir a Israel de tomar esa iniciativa. Para conseguir “cambiar el régimen”, la administración Obama prefiere jugar la carta ?menos peligrosa aunque más incierta- de la acción secreta”, señala desde Red Voltaire, Thierry Meyssan.
Para el analista francés, “Dichas manifestaciones reflejan una profunda división en la sociedad iraní entre un proletariado nacionalista y una burguesía que lamenta su marginación de la globalización económica. Actuando bajo cuerda, Washington intenta influir en los acontecimientos para derrocar al presidente reelegido”.
Tras el derrocamiento del Sha en 1979 ,y la posterior expulsión de EEUU por la Revolución Islámica del ayatola Komeini, la CIA realizó diversas operaciones de infiltración frustradas para derrocar al régimen nacionalista islámico que controla el poder militar y económico en Irán.
Los sucesivos intentos de la inteligencia norteamericana por desestabilizar al gobierno de Komeini fueron neutralizados sistemáticamente y sus agentes fueron detectados y ejecutados por las fuerzas del régimen nacionalista islámico.
Habiendo fracasado sus operaciones encubiertas en Irán, EEUU decidió invadir militarmente a ese país utilizando a Saddam Hussein y a su ejército por entonces armado y entrenado por la CIA y el Pentágono.
Tras una larga guerra Irak-Irán que abarcó casi toda la década del 80, y produjo un millón de muertos entre civiles y militares, Saddam y el régimen iraní firmaron un final de las operaciones militares, con el cual fracasó el intento de EEUU por reapoderarse del petróleo iraquí.
Posteriormente, y tras la Primera Guerra del Golfo en la década del 90, la CIA retomó sus contactos con el régimen iraní de los ayatolah con el objetivo de organizar la desestabilización del líder iraquí desde territorio iraní.
Desaparecido Saddam Hussein tras la ocupación norteamericana de Irak, se produjo una nueva ruptura de vínculos entre EEUU y el gobierno teocrático del ayatola Jamenei, que ya preveía que el próximo objetivo militar del Pentágono sería Irán.
El laboratorio de Obama[/h3]
A diferencia de Bush y los halcones, la estrategia de la administración de Obama parece centrarse en una línea más sutil de “guerra por otras vías”, explotando el flanco de debilidad interna (la división entre “fundamentalistas” y “reformistas”) y disimulando el objetivo con una aparente “neutralidad” en el conflicto.
Ya no se trata de impulsar una revuelta abierta contra el poder de los ayatolas, como en junio de 2003, sino de una pulida operación de guerra psicológica en el frente social que utiliza a la oposición “reformista” iraní como un caballo de troya para desgastar el poder de los ayatolas y deslegitimar a Ahmadineyad en su gestión de gobierno.
Para tener en claro como se desarrollan (y hacia qué blanco apuntan) los hechos del laboratorio desestabilizador en Irán, hay que partir de un principio: No hay un solo Irán sino que existen “dos Irán”.
El primer Irán, islámico confesional, marcadamente antisionista, anti-Israel y anti-EEUU, se representa en el Estado y en el gobierno de los ayatolas que controlan con mano de hierro los dos enclaves estratégicos del poder iraní: la economía y las fuerzas armadas y de seguridad.
El segundo Irán se representa en el sector de los “reformistas” (un segmento de la sociedad formado en la ideología “liberal” y en las pautas de la sociedad de consumo capitalista occidental) cuyo emergente social y su ideología “occidentalizada” son incompatibles con el fundamentalismo religioso del régimen teocrático de los ayatolas.
El primer Irán está en guerra contra Israel y EEUU, y el segundo quiere fusionarse con la “civilización occidental” y negociar pautas de convivencia con Israel y EEUU.
Como concepto central hay que precisar que el “Irán reformista” es tan o más enemigo del “Irán fundamentalista” como lo son Israel y EEUU.
Durante siete días el círculo de la operación golpista se cerró con sus cuatro actores principales: El “fraude”, la “protesta popular”, los muertos y la presión internacional para obligar al gobierno de Irán a suspender las elecciones.
En este contexto, el plato está servido para que los servicios de inteligencia estadounidenses y europeos (principalmente británicos), infiltrados en las usinas “reformistas” de la universidad y de los medios de comunicación iraníes, completen el escenario para hacerle perder el control de la situación al régimen de los ayatolas.
Esta es la razón central que explica porqué las clases medias y altas “reformistas” iraníes son el natural elemento de infiltración de las potencias sionistas para derrocar a los ayatolas y a su gobierno hoy conducido por Ahmadineyad.
En ese escenario, y como complemento del plan militar, el proyecto estratégico de EEUU, Israel y las potencias sionistas aliadas, no gira alrededor de la destrucción de Irán, sino alrededor del fin de régimen de los ayatolas.
El desenlace[/h3]
Como ya sucedió durante las revueltas desestabilizadoras de junio de 2003, el máximo jefe y líder espiritual de Irán, bajo cuyo mando directo están las fuerzas armadas, la policía y las fuerzas especiales (en suma, todo el poder militar de Irán), el ayatolá Jamenei, advirtió, junto al presidente Ahmadineyad, a las potencias occidentales que se abstengan de intervenir en los “asuntos internos de Irán”.
El jefe espiritual aconseja siempre al líder Mir Musavi y a los dirigentes opositores “agotar la vía pacifica” y evitar la violencia en los reclamos callejeros que -según el oficialismo”- han dejado 8 muertos, y según los sublevados, las victimas de la represión ya superan el centenar.
El Ministerio de Inteligencia de Irán, por su parte, denunció en varias oportunidades una trama terrorista con vínculos en el extranjero para poner bombas en mezquitas y otros lugares muy frecuentados en Teherán.
En las antípodas, la información de las usinas “reformistas” hablan sistemáticamente de detenciones masivas y de decenas de muertos que ya habrían superado a los de las sublevaciones estudiantiles de 1999 y 2003, donde muchos de los cabecillas fueron fusilados y exterminados durante los procedimientos.
Como clara señal de que registran las advertencias de los ayatolas, los presidentes y funcionarios de las potencias europeas aliadas de EEUU (que habitualmente encienden el firmamento de las protestas golpistas con sus declaraciones), desde Obama para abajo, han resuelto mantener “perfil bajo”.
No obstante, y con las protestas que ahora (en un cambio de estrategia) han tomado una cariz “pacifista” y se siguen extendiendo, los expertos esperan un desenlace que las desactive militarmente y las descabece como en junio de 2003.
Hay un punto de coincidencia entre los especialistas: El régimen iraní, ante la persistencia consecutiva de las protestas, se va a ver obligado a cortarlas de raíz para evitar que sigan generando y contagiando un clima de “guerra civil” en ebullición (tal como esperan EEUU y las potencias occidentales).
Varias veces, el gobierno iraní cerró las fronteras informativas, bloqueó espacios de la sedición “reformista” en Internet, y realizó claras advertencias a la prensa internacional que siempre actúa como “herramienta complementaria” de los planes de desestabilización con los “caballos de troya” reformistas.
Un proceso de advertencias se inició con el mensaje que pronunció el líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, en la mezquita de la Universidad de Teherán durante las protestas que se sucedieron tras la reelección de Ahmadineyad en junio de 2009 .
Jamenei ocupó la principal tribuna del régimen para hablar en público desde que comenzaron los enfrentamientos una semana después de las elecciones presidenciales denunciadas como “fraudulentas” por la oposición reformista.
El jefe espiritual de Irán afirmó que Mahmoud Ahmadinejad había ganado por 11 millones de votos, un total que era impensable manipular.
“La República Islámica no hace trampas”, aseguró, al tiempo que elogió el nivel de participación en las elecciones del 12 de junio, diciendo que era algo que no ocurría desde 1979.
El líder supremo, criticó las protestas callejeras y pidió que se suspendieran. Reconoció que los debates y las polémicas estaban bien, pero que “las diferencias se deben resolver en las urnas y no en las calles”.
Añadió que cualquier duda debía ser expresada por canales legales, y advirtió: “No aceptaré ninguna iniciativa ilegal”.
Luego advirtió que si la oposición no suspendía las manifestaciones, “ellos serán responsables de las repercusiones negativas, la tensión y el caos”.
“Si hay un baño de sangre, los responsables serán los líderes de las protestas”, afirmó el jefe espiritual de Irán.
De este mensaje -se estima- van a salir las líneas cifradas y los próxims pasos que va a dar el poder iraní para terminar de descabezar la “operación caballo de Troya” que -en una segunda versión mejorada- siguen lanzando las usinas de inteligencia estadounidenses, europeas e israelíes contra Irán.
Y así como hubo un experimento bis, también – si las protestas no se desactivan- va a haber un desenlace bis.
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