La sensación de que en el trabajo el tiempo no alcanza para resolver todo, de que las responsabilidades asignadas superan ampliamente el sueldo a fin de mes, de que hay cada vez más tareas para repartir entre menos personas o de que los días de descanso son más cortos que el resto de la semana pueden deteriorar, poco a poco, cómo percibimos nuestro rendimiento laboral y provocarnos un colapso.
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Cuando contamos con un arsenal de defensa lo suficientemente resistente, por extraño que pueda parecer, esa misma percepción de que somos eficientes en el trabajo se transforma en un mecanismo natural de protección contra el síndrome de desgaste profesional o burnout. De lo contrario, el “estresazo” gana a expensas de nuestra salud mental, emocional y física.
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“La percepción que las personas tienen de la autoeficacia o el rendimiento personal en sus actividades diarias, cualesquiera que sean, está asociada con un efecto amortiguador ante ciertas experiencias que activan el mecanismo del autocuidado. La autoeficacia es una de las variables que actúan como mediadoras de la sensación de malestar o de bienestar”, explicó a LA NACION la psicóloga Edith Vega, coordinadora de actividades docentes de la Fundación Aiglé.
La clave está en lograr un adecuado “ajuste” entre la autopercepción del rendimiento laboral y qué perciben los demás. Para eso, comentó la especialista, se necesita lograr un equilibrio entre los recursos individuales para realizar una tarea y su nivel real de dificultad.
“Cuanto mayor sea el ajuste entre esas dos variables, más ajustado a la realidad estará la sensación de autoeficacia”, dijo Vega, antes de su presentación en el VII Congreso Nacional de Mujeres Médicas, en la sede de la Asociación Médica Argentina.
Los principales estudios sobre el tema se realizaron en profesionales de la salud, en general, en grupos de enfermeras especializadas en neonatología. Una revisión de la literatura publicada en la revista Ciencia y Enfermería, asegura incluso que nuestra reacción ante el estrés estarían más determinada por el sentimiento de cuán eficientes somos para enfrentar los problemas que por las demandas y amenazas objetivas en el entorno.
“Un bajo nivel de eficacia percibida en el control de estresores psicológicos está acompañada por elevados niveles de estrés subjetivo -escribieron investigadoras de las universidades Católica del Maule y de La Serena, en Chile, coautoras de la revisión-. Se ha demostrado que las reacciones al estrés son bajas cuando la gente sabe manejar los estresores a través de un adecuado nivel de autoeficacia.”
Factores negativos
Entre los factores que debilitan esa autopercepción está no recibir un salario considerado justo para las responsabilidades o la cantidad de horas dedicadas al trabajo, no tener suficiente libertad para decidir sobre el trabajo ni participar en la elaboración de proyectos dentro de un grupo, encontrar resistencia a las nuevas propuestas o no encontrarle sentido al trabajo, entre otras.
En esos casos, explicó la especialista, puede ocurrir que se subestimen las propias capacidades o que aparezca la sensación de que es imposible poner en práctica un proyecto personal o laboral por culpa del entorno.
“Lo primero es muy importante porque, si la subestimación se prolonga en el tiempo puede provocar sentimientos muy profundos de desvalorización, generar depresión, burnout o, incluso, inducir el suicidio”, comentó Vega.
Para poder recuperar la adecuada percepción de autoeficacia existen programas de entrenamiento, como los que se ofrecen incluso de manera gratuita a personas de bajos recursos en la Fundación Aiglé ( www.aigle.org.ar ).
“Esto permite devolverle a la persona el equilibrio entre qué es lo que puede hacer y en qué ámbito puede hacerlo -señaló la doctora Vega-. Es frecuente ver que una persona es muy hábil en un área de trabajo y entonces deciden en la empresa transferirla a otra posición en la que, quizá, carece de habilidades para llevarla adelante y entonces falla. De ahí la importancia de contar con una buena política de salud laboral.”
Pero cuando el problema no es la subestimación o sobreestimación de las propias habilidades, sino la hostilidad del entorno de trabajo, Vega asegura que lo importante es “no pedirle peras al olmo”. Los ambientes negativos, poco estimulantes o resistentes a los cambios aumentan el riesgo de la subestimación y la atribución de los conflictos a deficiencias personales.
“Si una persona logra identificar adecuadamente al entorno como la causa de la disminución de su rendimiento, podrá inmediatamente comenzar a identificar qué y qué no es posible hacer en un entorno con esas características -dijo Vega-. Encontrar la satisfacción laboral es fundamental para prevenir el burnout , que no sólo tiene que ver con la remuneración justa por el trabajo realizado, sino también con la posibilidad de que la persona le encuentre sentido a su trabajo.”
Discapacidad laboral
* Los trastornos mentales son responsables de entre el 12 y el 13% de las discapacidades laborales. Las patologías graves y recurrentes afectan al 5% de la población entre 18 y 65 años, es decir que afectan a 1.300.000 personas en edad productiva. “Lo que se invierta en la salud mental de los trabajadores siempre será mucho menos que lo que cuesta el tratamiento de los trastornos cardíacos y las enfermedades autoinmunes que produce el desgaste profesional -dijo la doctora Edith Vega-. El cansancio crónico, los dolores físicos y los pedidos de licencias por estrés son un foco importantísimo de riesgo.”
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