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La erupción de las piezas dentales no tiene por qué alterar la vida de los niños. Puede producir ciertos cambios (irritabilidad o aumento de babeo), pero de ningún modo causa dolor intenso, diarrea o fiebre. Por lo tanto, si el bebé tiene alguno de esos síntomas, no conviene achacarlo a la dentición y hay que visitar al pediatra.
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A medida que la inflamación de la encía aumenta y el borde cortante del diente se acerca a la superficie, el dolor puede ser más constante. Si el pequeño está intranquilo, le vendrá bien tener cerca alguna cosa en la que pueda frotar su encía: el dedo de papá o mamá (antes habrá que lavarse las manos con agua y jabón), un poco de agua o de leche fresca, un alimento duro y fresco (como una manzana), o el mordedor frío.
El frío reducirá la inflamación de la encía y aliviará las molestias. Si esas medidas son insuficientes, se puede frotar la encía con unas gotas del mismo analgésico que se usa para bajarle la fiebre.
Los dientes al salir pueden producir un hematoma, que se debe a un sangrado debajo de la encía. No hay que preocuparse, se quitará solo en poco tiempo, y si se ponen unas compresas frías, desaparecerá antes.
La mayoría de los niños se acostumbran pronto a las sensaciones desagradables que causa la dentición y la soportan bastante bien.